La sonrisa de Eva
El doctor Raúl A. Mendé, cardiólogo y poeta, ministro de Asuntos Técnicos (nunca pude entender lo que eso era), fue el más asiduo visitante hasta el derrumbe. Entró siempre conmigo al laboratorio; siguió con gran interés el proceso en todas sus fases y, frecuentemente, me entretenía con prolongadas disquisiciones ideológicas que, en general, abocaban a la más entusiasta apología del genio político de Eva Perón. «La historia política de Evita -díjome una tarde- será la obra de mi vida.» Durante un encuentro en su domicilio, por cuestiones burocráticas anexas a nuestro asunto, pude comprobar la realidad de grandes biblioratos colmados de documentos e infinitas hojas manuscritas por el doctor, germen de su presunta obra histórico-apologética. Por otra parte, en un tomo no flaco vi reunidos los poemas consagratorios de la eternidad de su inspiradora. En esas y en otras pláticas honróme a menudo el doctor Mendé con sus consultas sobre los proyectos de monumento-cripta que preparaban para alojar definitivamente el cuerpo yacente de Evita y exponerlo al pueblo. Como antiguo aficionado a la arquitectura -pues de joven estudié antes con un arquitecto que con los médicos- examiné lleno de curiosidad las grandes láminas, planos y maquetas. Tengo casi olvidado todo aquello, mas conservo la reminiscencia de que si había de constituir una sede permanente de tal naturaleza, hubieran tenido que darle muchas más vueltas al estudio del asunto y contar con el asesoramiento complementario de competencias muy distintas de la poética, política y escultórica.
El doctor Mendé, como director de la llamada Escuela Superior Peronista, había reunido en su sede de la calle de San Martín un enorme archivo fotográfico de Eva Perón. Algunas horas pasé revisándolo, tratando de sintetizar la gama de expresiones fisonómicas, tan discordantes, reflejadas por los reporteros gráficos. El dinamismo que caracterizó la vida artística y política de Evita justificaba sus encontradas variantes. La base anatómica era un prognatismo del maxilar superior, tan pronunciado, que la obligaba inconscientemente a mantener casi siempre separados los labios. El mostrar su bien cuídada dentadura a través de la entreabierta hendidura bucal, con sonrisa o sin ella, resultaba, pues, un gesto natural independiente de su voluntad. En cambio, el conservar la boca cerrada y ocultos los dientes tenía que ser un acto reflejo o estrictamente voluntario y breve. Por tanto, el gesto de sonrisa amplia y dientes al aire con que se la representaba en carteles y fotos no era simplemente técnica de propaganda política a lo yanqui -aunque tuviera algo de ello-, sino un producto forzoso de su arquitectura ósea facial. Lo entreabierto de sus labios quedaba, en general, patente en cualquier actitud, en cualquier clase de ocupación. La boca cerrada, los labios apretados, no podía ser sino gesto transitorio que modificaba radicalmente su fisonomía.
El doctor Mendé tuvo la bondad de regalarme las fotografías que me permití seleccionar. Como es natural, interesábanme más las tomadas durante las últimas semanas de su vida: en su última aparición política y durante las últimas visitas recibidas en su residencia, donde la señora, demacrada hasta el límite de lo humanamente soportable, trataba, sin embargo, de mostrarse fuerte y afable a sus jóvenes visitantes. Pero más que en cualquiera de las otras, la tiránica imposición de lo anatómico facial quedó patente en dos expresiones opuestas captadas con pocos minutos o segundos de intervalo cuando, ya más muerta que viva, la sacó su esposo al balcón central de la Casa Rosada a presenciar el desfile obrero del último Primero de Mayo de su vida. Sostenida por el Presidente y, sobre todo, por su indomable vitalidad, arrastróse Eva hacia el antepecho para lanzar a sus masas partidarias sus últimos conatos de sonrisa y sus últimos apenas reprimidos sollozos. Ya no podía más. Las fotografías por mí seleccionadas perpetúan uno de los más trágicos y conmovedores espectáculos concebibles. La materia de tan lozana y batalladora juventud había sido devorada por el implacable mal. La piel ajustábase ya a sus pétreas bases; los dedos de sus manos aparecen como una envainada cadena de falanges y articulaciones. Seria y sufriente, se la ve con los labios entreabiertos, al aire sus dientes, sin lograr sonreír. Sólo cuando trata de contener un sollozo le ha sido sorprendida su boca cerrada, sus labios apretados; parece estar luchando por dominar un rictus doloroso de origen emocional o físico, frente a las masas que la aclaman entristecidas por no ser ya un secreto para nadie que la llama de su existencia se extingue sin remedio. Fuente de largas meditaciones fue para mi la contemplación de aquellos trágicos documentos; nunca agradeceré bastante su posesión, aunque no pueda ser de este lugar lo que su análisis pudo inspirarme. En otras y variadas oportunidades me ofreció el doctor Mendé su desinteresada colaboración. Algunos años después, al regresar de Europa, conocí con pena la prematura muerte del médico poeta.
Introducción
Eva Duarte 1919-1943
Eva Perón 1944-1947
Evita 1947-1952
Cronología básica
Eva Duarte de Perón
Retrato de Eva Perón
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Esta página está dedicada a mi esposa Dolors Cabrera Guillén, fallecida por cáncer el día 12 de marzo de 2007 a las 18.50 y por seguir su última voluntad, ya que conociéndome, antes de morir, me hizo prometerle que no abandonaría la realización de mis páginas web.
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