El cierre de "La Prensa" según Perón


Eva Ibarguren EVA IBARGUREN EVA DUARTE EVA PERON EVA PERON EVA PERON EVA PERON

María Eva Duarte de Perón / Evita. Argentina 1919-1952

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El cierre de "La Prensa" según Perón

Presentamos aquí la explicación que da Juan Domingo Perón sobre el caso de La Prensa junto con otro relacionado que Perón expone en sus cintas publicadas en el libro "Yo, Juan Domingo Perón". Los textos sangrados pertenecen a las cintas grabadas por Perón.

Cuando en las elecciones presidenciales a que nos hemos referido en un capítulo anterior se enfrentan el peronismo y la llamada «coalición Braden», una parte muy poderosa de La Prensa argentina, la parte más tradicional e influyente, representada por dos famosos diarios, La Prensa y La Nación, se colocó abiertamente contra el peronismo; y al salir Perón victorioso la campaña se exacerbó. El peronismo tilda a esa prensa de oligárquica porque la bandera del justicialismo llevaba esa divisa: «guerra contra la oligarquía». En todo el país se publicaban por entonces más de mil diarios hosti­les al gobierno, según el testimonio hablado del propio presidente Perón. A partir de 1946 se pensó en crear una Secretaría de Infor­maciones y al dar nueva estructura a los ministerios se creó la lla­mada Secretaría de Prensa. «La libertad de prensa -afirma Pe­rón- era absoluta en el país. Los periódicos publicaban lo que que­rían. No existía censura. La oposición empleaba el lenguaje que más le gustaba. No dirigíamos las informaciones periodísticas. Hubo un caso que escandalizó a muchos periódicos del mundo, especialmente de los Estados Unidos, y que consideramos todavía litigioso. Perón es muy explícito y contundente cuando habla de La Prensa y reticente cuando se refiere a La Nación. La puntualización de los hechos y su enjuiciamiento podrán ser discutidos o recusa­dos, pero las palabras del general deben ser conocidas en versión literal. Y dicen así:

La Prensa es un periódico que lleva muchos años de exis­tencia, fundado por la familia Paz. Tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial, los norteamericanos tropezaron con dificultades en su deseo de dominar un diario poderoso que defendiese sus intereses o que les sirviese como portavoz de su propaganda de guerra. Ningún diario les pareció mejor que La Prensa, tan arraigada en mi país. Ya habían fallecido los fundadores. La United Press compró las acciones a la familia de Ezequiel Paz y, como no hubiera sido eficaz para ellos, los americanos del Norte, asumir la dirección del diario, por­que entonces se hubiera sabido que el diario pertenecía a la United Press, dejaron que Gaínza Paz, sobrino de los fundado­res, quedase al frente del periódico. Recuerdo que en las Me­morias del que fue embajador británico en Buenos Aires,’8 éste afirmaba que él era el verdadero autor de los editoriales que aparecían en La Prensa. (Naturalmente se trataría de de­terminados editoriales.) Cuando yo llegué al gobierno -sigue diciendo el general Perón- me encontré con que La Prensa estaba sometida a un proceso judicial desde hacía quince o dieciséis años y que la razón de ese contencioso era que La Pren­sa había utilizado para anuncios un papel libre de impuestos que en modo alguno podía legalmente servir para fines publi­citarios. Se trataba de una defraudación al fisco de muchos millones de pesos argentinos. Vino a yerme el juez que instruía el sumario y me dijo: «¿Qué puedo yo hacer con este proceso que aguarda un fallo desde hace quince años?» Le respondí:

«Usted es el juez y no yo.» Se aceleró el juicio y se condenó a La Prensa por defraudación al fisco.

Aquello fue un duro golpe para la oligarquía, pero acarreó consecuencias penosas. Sobrevino una huelga en los talleres de La Prensa, se sublevaron los vendedores de periódicos; hubo tiros, hubo muertos. Entonces me hice yo cargo del asunto y en un mensaje dirigido al Congreso pedí que se constituyese una comisión investigadora de diputados y de senadores, de peronistas y de la oposición, y cuando estos señores requirie­ron a La Prensa para que presentase los libros de contabili­dad, la contestación fue como sigue: «Nosotros no llevamos libros porque no somos una Sociedad Anónima, sino una So­ciedad familiar», concepto que no existe en el Código Civil argentino. La Comisión Investigadora, consciente de estos sub­terfugios, se incautó de todos los documentos encontrados en el edificio y entre ellos el contrato firmado por la United Press, contrato que revelaba que esta agencia tenía la exclusiva en la provisión de noticias al periódico y que por el servicio cobra­ba medio millón de pesos mensuales. Normalmente, esta clase de servicios vale diez mil pesos, y también estaba prohibida. Lo que ocurría era que las ganancias del diario La Prensa as­cendían a medio millón de pesos mensuales, es decir, la cifra fijada en el contrato para la agencia United Press. Se violaba la ley de cambios. Había una doble defraudación al fisco porque se evadía el impuesto a los réditos y, además, se quebrantaba esa ley de cambios en virtud de la cual el rédito tenía que jus­tificarse y la ganancia no podía salir del país. Gaínza Paz, dán­dose perfecta cuenta de su responsabilidad y temeroso de ser juzgado y sentenciado a presidio, tomó el avión y se fue a los Estados Unidos y de este modo apareció como víctima, y se dijo que se había cerrado La Prensa, lo cual no era cierto. La Prensa siguió publicándose. Toda esta maraña pasó al Con­greso y allí se votó una ley de sanciones contra el diario La Prensa, y como no existía un propietario visible y responsa­ble, porque todos los que estaban relacionados con la dirección habían huido, otra ley del Congreso votada legalmente ordenó que el diario fuese adjudicado al mejor postor. Lo compró la Confederación General del Trabajo.

Sería muy aventurado entrar en esta controversia legal, que tiene caracteres internacionales y que linda por todos sus ángulos con la libertad de La Prensa. Nos parece que tiene interés, no diríamos que histórico, pero sí anecdótico, la opinión del hombre que se enfrentó con el gran diario bonaerense La Prensa, periódico conocido en el mundo por su serenidad de juicio y por la abundancia y selección de las firmas de literatos, artistas y hombres de ciencia que en sus pági­nas colaboran. Pero es curioso cómo el general Perón insiste en estas cintas magnetofónicas en el tema de La Prensa. A juicio del que fue gobernante de la Argentina y creador del Justicialismo (juicio emiti­do muchos años después y en el exilio), la devolución de La Prensa a sus antiguos propietarios, realizada con posterioridad a su derroca­miento, es ilegal y, por lo tanto, nula. La revolución decidió que La Prensa fuese arrancada a la Confederación General del Trabajo que la había comprado y pagado. No de otro modo que el famoso caso Otto Bemberg, el magnate de las cervecerías argentinas, que le com­praron su negocio en virtud de una sentencia judicial por defrauda­ción al fisco, en el curso de la testamentaria que daba un capital de seiscientos mil pesos -según declara Perón-, cuando en realidad era de dos mil quinientos millones.

Durante la década 1946-1955 en que gobernó, o durante todo el periplo posterior, el peronismo estuvo envuelto en numerosos con­flictos, enigmas y situaciones ambiguas que la historia no despejó todavía. Y en gran medida ocurrió así, por faltarle a los investigado­res el testimonio personal de Perón. Hubo, sí, en casi todos estos casos, profusas declaraciones en favor o en contra. Pero ellas eran generalmente motivadas por coyunturas políticas o partían de fuen­155 tes interesadas. Además, dada la particular situación de Perón -su tiempo en el exilio-, resultaba difícil obtener su opinión directa sobre estos temas espinosos y polémicos. El de los Bemberg fue precisamente uno de los más sonados y por tal quedó en los perió­dicos de la época, y en los libros después, como «el caso Bemberg». ¿De qué se trataba? Podríamos sintetizarlo así: la firma de dicho nombre, dueña de las principales cervecerías argentinas y empresas de campo, entró en colisión con el primer gobierno peronista y co­menzó a ser atacada ferozmente por La Prensa oficial. En semanas, el apellido Bemberg se convirtió en sinónimo de «enemigo del pue­blo». Su delito, según esas denuncias, consistía en eludir el pago de impuestos al fisco y, por lo mismo, en perjudicar a la nación. La ofensiva contra la firma se fue haciendo más intensa hasta derivar en asunto parlamentario con arduos debates. Finalmente el Congre­so dispuso se confiscaran todos los bienes de la empresa. Los Bem­berg recurrieron sin éxito a la justicia y el asunto, agitado por agen­cias extranjeras. se propagó al mundo con bombos y platillos. Los diarios locales, salvo muy pocos, fustigaban a la firma y aplaudían la decisión parlamentaria, en tanto que en el exterior el apellido Bemberg iba aureolándose de mártir, de víctima que. debía ser ven­gada. Por fin, al caer Perón, la revolución que le derrocó revisó el caso y dispuso le fueran restituidos a los Bemberg todos los bienes quitados bajo el peronismo. ¿Cómo vio Perón este caso? ¿Cuál fue su particular versión del mismo? La siguiente:

éste es un tema internacional. Los Bemberg son una fami­lia judía que fue hace muchos años atrás a la Argentina. Natu­ralmente, no representaba capitales argentinos, sino al capital internacional. Otto Bemberg, el más destacado de la familia, vivió siempre en nuestro país porque parece que le gustó aque­lío y allí organizó una serie de cervecerías, malterías y empre­sas agrícolas con un capital cercano a los 2 500 millones de pesos. Ocurrió que al morir Otto Bemberg, el viejo, unos quin­ce años antes de asumir yo el gobierno, s~ inició la testamenta­ría. Había un proceso en la justicia por violación de la ley de herencia, pues ellos, que tenían un capital de casi 2 500 millo­nes, para el impuesto de herencia declararon que solamente tenían seiscientos mil pesos de capital. Se realizó el juicio suce­sorio y pagaron por esos seiscientos mil pesos. Fue entonces cuando el Consejo Nacional de Educación, que es quien cobra los impuestos por herencia, demandó a los Bemberg por de­fraudación. Y, como ocurrió en el caso de La Prensa, vino el juez a yerme y me preguntó: «¿Qué hago, señor?» «Cumpla con su deber», le respondí. Y al salir la sentencia condenatoria, los Bemberg debieron pagar veinte veces el importe del im­puesto. Y veinte veces ese importe eran los 2 500 millones.

Así relata Perón las instancias del conflicto. En una segunda aproximación al tema, prosigue Perón:

Se hizo el juicio sucesorio y pagaron por los seiscientos mil pesos. Pero, entonces, el Consejo Nacional de Educación, que era quien debía cobrar, no hizo la reclamación -porque esta­ría pagado probablemente por los Bemberg para no hacerla- y un señor, José Luis Torres, puso una denuncia. Torres había sido ministro en Tucumán. Era un hombre muy versado en estas cosas, inquieto, nacionalista. Era abogado y había estado siempre atacando a los Bemberg. Torres, entonces, se encarga de ir a los periódicos y acusar a los Bemberg de violación de los pagos del impuesto a la herencia. Lo hizo pintando perfec­tamente bien la situación del capital que poseían, de lo que habían acusado y pagado. Como el Consejo Nacional de Edu­cación no reclamaba, él se presentó ante el juez y reclamó, porque cualquier ciudadano puede hacerlo, de acuerdo con la ley. Y él lo hizo porque había una cláusula en la denuncia de violación de impuestos que estipulaba que si el Estado consi­dera necesario y conveniente, tiene que pagarle un tanto por ciento al denunciante. Se hace el juicio a los Bemberg, el juez aplica la ley y sanciona a la firma como corresponde. Era el poder judicial. El poder ejecutivo no tenía nada que ver con esto, pues era una cuestión de los jueces. Pues bien, los jueces ejecutan a los Bemberg y les cobraron, de acuerdo con la ley, veinte veces la suma de lo defraudado. Y esas veinte veces les liquidaba la empresa. ¿Qué es lo que pasó con Torres? él de inmediato se presentó reclamando y el Estado le respondió que no. «Usted lo ha publicado, sí, pero el juez y el Consejo Nacional de Educación han hecho simultáneamente con usted este asunto, de manera que a usted no le corresponde cobrar nada.» Entonces Torres se enojó y se olvidó de mí. Las cervece­rías y todos los bienes de los Bemberg pasaron al Estado en pago de la multa y el Estado se los vendió a los obreros. De manera que se hizo una cooperativa con todos los obreros de la cervecería y ellos se convirtieron en patronos.

ésta es la segunda versión de Perón sobre el discutido caso y, como es fácil advertir, agrega nuevos datos a la primera. En cuanto a su opinión sobre qué hicieron los Bemberg después de la confis­cación, es rotunda: «Dieron plata a la Revolución y se pusieron a trabajar. » A trabajar en su derrocamiento, es lo que quiere signifi­car. Cuando esto sucede, en septiembre de 1955, el gobierno que surge con ánimo proclamadamente restaurador reactualiza judicial­mente el caso de los Bemberg y en rápido trámite les devuelve la fortuna.

Todo eso es nulo -acusa Perón-, porque ellos formaron parte de los grupos que prepararon e hicieron la revolución. Así, de manera arbitraria, se reembolsaron a sí mismos. Eso es totalmente nulo, lo mismo que lo ocurrido con La Prensa. Tan­to la Confederación General del Trabajo, que compró La Pren­sa de buena fe y la pagó, como los obreros que compraron la cervecería de los Bemberg y la pagaron, están reivindicando todos sus derechos.

Aquí puedes leer la opinión de John Barnes sobre este tema, tal como la escribió en su libro "Evita. La biografía".

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