LAS MOTIVACIONES DEL VIAJE A EUROPA DE EVITA (2)


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María Eva Duarte de Perón / Evita. Argentina 1919-1952

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Podemos leer aquí otra motivación, del viaje de Eva Perón a Europa y el relato de su visita a España, tal como lo explica John Barnes en su libro "Evita. La biografía"

Los enemigos de Evita (a quienes ella denominaba los supercríticos) decían que era una resentida, queriendo significar que Eva guardaba en su espíritu un antiguo rencor, que todo lo que hacía o decía estaba motivado por los celos y por el odio que sentía hacia aquella clase privilegiada económicamente que la había tratado como una basura en su vida anterior. Aparentemente Evita se sintió lo bastante sensible sobre aquellos cargos como para discutirlos en su autobiografía: "Yo lucho contra todos los privilegios que otorgan el poder y el dinero. Es decir, contra la oligarquía, no porque la oligarquía me haya maltratado en otras épocas; al contrario, hasta que yo llegué a ocupar la posición que ahora ocupo en el movimiento peronista, puedo decir que sólo había recibido atenciones de los integrantes de esta clase, inclusive de un grupo de damas de la oligarquía, quienes me ofrecieron ser presentada por ellas en sus altos y exclusivos círculos. Mi especial resentimiento no tiene su origen en el odio, de ninguna manera".

Es comprensible que aquellas personas que recordaban sus amargas luchas con las damas de la sociedad de Beneficiencia sólo puedieran sonreir. Pensaban que Eva no solamente odiaba a esas señoras, sino que estaba totalmente decidida a demostrarles en cada segundo del día que ella sería mucho más rica, mucho más poderosa de lo que nunca ninguna de ellas había sido o podría soñar ser. La gira que Evita realizó por Europa ponía definitivamente en claro ese punto.

Los viajes anuales a Europa formaban parte del estilo de vida de la mayoría de las familias argentinas bien nacidas. A pesar de que España era el hogar ancestral de muchos de ellos, generalmente dejaban de lado Madrid y se dirigían directamente a París, donde se empapaban de la cultura y además gastaban generosamente en la última moda. La oportunidad de Evita para seguir tales pasos apareció en el mes de abril de 1947, cuando el dictador español, Francisco Franco, la confirió una alta condecoración. En aquella oportunidad Franco anunció: "... Deseo entregar una prueba de mi estima a doña María Eva Duarte de Perón, y por tanto le concedo la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica". Algunos observadores cínicos, con toda presteza, atribuyeron aquel repentino deseo de Francisco Franco por demostrar su afecto a la señora Perón al hecho de que España se encontraba con una urgente necesidad de obtener cereales argentinos. Fuera verdad o no, lo que muy pronto descubrió Franco es que tanto el gesto como el cereal le costarían un poco más caros de lo que había previsto. Recibió un mensaje de su embajador en Argentina diciendo que la esposa del presidente de la nación tenía la intención de recoger personalmente el gran honor que se le había conferido.

El ministro de Ralaciones Exteriores de Juan Domingo Perón, el señor Juan Atilio Bramuglia, aconsejó que el viaje no se realizara. Tal consejo se debía, según sus propias palabras, a que Argentina estaba en aquellos momentos intentando enmendar antiguas ofensas conferidas a los Estados Unidos, y aquel viaje de la esposa del presidente argentino a la España fascista de Francisco Franco no sería vista con buenos ojos en Washington. Pero Evita ignoró la advertencia, y más adelante Bramuglia debería pagar muy caro su consejo. La única otra voz que se alzó en protesta abierta contra el viaje de Eva fue la de un misterioso fantasma, que de alguna manera logró cortar la transmisión de la ceremonia de despedida durante el discurso del general Perón. La ceremonia era transmitida en directo por la cadena nacional de radiodifusión y aparentemente se utilizó un transmisor clandestino que sintonizó en la misma frecuencia de la emisora nacional y que logró interrumpir a Perón para denunciar a "aquellos que se proclaman defensores de una falsa justicia" para terminar con las palabras: "Muerte a Perón".

Pero sus descamisados lavaron aquella afrenta. Ciento cincuenta mil personas asistieron a la mañana siguiente al aeropuerto de Morón para brindar a Evita una ruidosa y emotiva despedida. Ella entonces se dirigió a la muchedumbre con estas palabras: "Parto hacia el viejo Mundo con un mensaje de paz y de esperanza. Voy como la representante de los trabajadores de mi patria, de mis amados descamisados, con quienes en esta partida dejo mi corazón". Luego, con un último abrazo a su marido, subió a bordo de un "Dakota" de Iberia, las líneas aéreas españolas, especialmente preparado para la oportunidad con todo lujo y que constaba de un dormitorio y un comedor expresamente construidos para la ocasión.

Como los oligarcas a los que solía ir a ver en aquellas caldeadas tardes de verano de su infancia, y que bajaban del tren en la polvorienta localidad de Los Toldos rodeados de un pequeño ejército de sirvientes de la familia, Evita llevó consigo en aquel viaje a sus doncellas, su peluquero personal, su modista, un médico, varias secretarias e incluso su confesor jesuita, el padre Benítez. Su hermano Juan también la acompañaba. Además llevó consigo sesenta y cuatro trajes diferentes, varios abrigos de pieles y una magnífica selección de valiosas joyas.

Para una muchacha que nunca había ido más allá de las costas uruguayas de Punta del Este en ocasionales viajes con sus amantes durante los primeros tiempos de su carrera como actriz, aquello era viajar con lujo. Una escolta de cuarenta y un aviones de combate españoles acompañó al "Dakota" en la última etapa del viaje al cruzar la costa española y hasta el mismo aeropuerto de Madrid. Una salva de cañonazos saludó la llegada del avión mientras éste se deslizaba por la pista hasta llegar al borde de la alfombra roja donde el general Francisco Franco, su esposa, Carmen, y el Gobierno español completo esperaban en pie para saludar a la huésped que llegaba de Argentina.

Había también en el aeropuerto alrededor de doscientos mil españoles esperando, que habían pasado horas en pie en la pista asfaltada, debajo del llameante sol, con la esperanza de poder ver, aunque sólo fuera fugazmente, a quella mujer cuya fama ya la había convertido en leyenda. Para los españoles humildes que se contaban entre los más pobres de toda Europa en aquellos días, Eva Perón constituía, al igual que para las clases bajas de Argentina, la Dama de la esperanza, la esperanza de una tierra de oportunidades y de abundancia, donde muchos españoles soñaban en poder irse a vivir. Sólo pudieron ver una imagen fugaz, en la precaria luz de ese atardecer en el aeropuerto de Madrid..., un destello de su cabello rubio, peinado hacia arriba al estilo Pompadour, y el brillo de su vestido de seda y sus joyas... antes de que fuera rápidamente arrebatada con destino a la residencia del general Franco.

Al día siguiente, las tiendas y las oficinas estuvieron cerradas para que los madrileños pudieran reunirse en la plaza, frente al Palacio Real, y escuchar por los altavoces la transmisión de la ceremonia, desde el Salón del Trono. Francisco Franco, vestido con su uniforme de capitán general del Ejército y luciendo el collar de la Orden de San Martín, que Perón le había enviado, impuso a Eva la más alta distinción que España podía otorgar: la Gran Cruz de diamantes de Isabel la Católica. Después de la ceremonia, Evita, flanqueada por el generalísimo y su esposa, Carmen, se trasladó hasta los balcones para saludar a la enorme multitud reunida en la plaza. Sus anfitriones se mostraron sorprendidos por el entusiasmo de la multitud reunida. Mientras Evita se dirigía a los micrófonos situados en los balcones, se volvió para decirle a Franco, con una sonrisa en los labios: "siempre que desee atraer una tal multitud, lo único que tiene que hacer es llamarme." Luego envió un beso a la muchedumbre reunida abajo y les habló: "Vengo a visitarles como si fuera un arco iris tendido entre nuestros dos países." La gente gritó su aprecio por aquellas palabras y miles de brazos se alzaron hacia ella con el saludo fascista-falangista. Evita, que tenía los hombors envueltos en una estola de visón, a pesar del calurosa día veraniego de Madrid, respondió al saludo con igual gesto. Probablemente no se trató más que de un ademán, esponténo, realizado sin pensarlo demasiado. Pero, tal como resultaron las cosas, ese saludo sólo le iba a acarrear problemas durante el resto de su gira por los demás países de Europa.

EVITA Y FRANCO

Por supuesto, que no hubo ningún inconveniente en la España de Franco. Allí, la gente la apreciaba y la demostraba su afecto. Durante una presentación de danzas folklóricas españolas en la Plaza Mayor de Madrid, espectáculo que duró hasta las tres de la madrugada, cada una de las cincuenta provincias de España obsequió a Eva con un vestido completo con todas las prendas que constituyen el atuendo tradicional en esas regiones. También le llevaron a presenciar una corrida de toros en la plaza de Madrid; la arena había sido coloreada con el amarillo y rojo tradicional de la bandera española y el azul y blanco de la argentina, y los escudos nacionales de cada país destacaban en el centro del ruedo antes de borrarse y desaparecer bajo los castigados cascos de los toros especialmente seleccionados para el acontecimiento por su bravura. Hubo también banquetes de gala en el palacio de El Pardo y una gira por las provincias: Sevilla, La Coruña, Galicia, Granada, Cataluña. Donde quiera que fuera, grandes multitudes de pobres mujeres campesinas esperaban horas y horas para poder tocar a la diosa rubia llegada de Argentina. Era como si se encontrara en su propio país, esparciendo su amor y su deslumbrante sonrisa sobre sus gentes, sosteniendo en sus brazos a los bebés, echando discursos aquí y allá, y, lo más importante de todo, entregando a manos llenas su inagotable generosidad: billetes de cien pesetas (bastante dinero en aquella época) sacados de un bolso de mano que nunca parecía vaciarse, e incluso otorgando concesiones oficiales de tierras argentinas para aquellos posibles emigrantes.

El corresponsal del New York Times especialmente enviado a Madrid para la visita de María Eva Duarte de Perón, informaba lo siguiente: "El guadarropa de la señora de Perón continúa siendo una inagotable fuente de conversaciones. En todas sus múltiples apariciones en público no ha lucido dos veces el mismo traje, y muy a menudo se ha cambiado dos y tres veces en el mismo día... Ha causado alguna sorpresa que, en el día más caluroso en lo que va de año, la señora del presidente de Argentina haya hecho su aparición vistiendo una magnífica capa de visón, pero por otra parte también podemos decir que su apariencia despertó mucha admiración entre los observadores. Se viste con inteligencia, aunque con una cierta tendencia a las cosas un poco sopbrecargadas, y las mujeres españolas están demostrando un gran interés en observar qué es lo que luce la visitante. Más allá de la cuestión superficial sobre lo que lleva puesto o sobre su aspecto personal, debemos decir que sus discursos han causado buena impresión. Tanto si los escribió ella como si no, de todas maneras son alocuciones inteligentemente escritas. Ponen un fuerte énfasis en la "justicia social", algo que Franco ha estado a su vez enfatizando más de lo habitual en los últimos tiempos. La señora de Perón habla muy bien, aunque puede decirse que su declamación es un tanto teatral...pero, de todas formas, éste es un estilo ampliamente aceptado entre los españoles. Existe una cierta monotonía en el constante acento que pone en expresar su enorme amor por sus descamisados, pero los tiempos son lo suficientemente duros en España como para que su población escuche con atención a cualquier persona que demuestre interés en ayudar a los pobres, y ése parece ser su tema más frecuente."

Se habló mucho entre los aristócratas españoles sobre la falta de deseo que sentían con relación a que se les presentara la oportunidad de conocer a Evita. Sin embargo, no tuvieron ocasión de ponerlo de manifiesto, puesto que ninguno de ellos fue nunca invitado a hacerlo. De hecho, cuando la esposa del ex rey de Rumania envió un mensaje a la señora de Perón en el que le expresaba su deseo de conocerla personalmente, la respuesta fue francamente brutal: "déjenla que espere en pie en la calle como todos los demás".

Incluso el mismo Franco fue víctima en una ocasión de su lengua viperina. Cuando Eva le dijo que Argentina le enviaría dos barcos cargados de trigo como regalo de agradecimiento, el generalísimo tontamente objetó: "En realidad no necesitamos trigo; tenemos tanta harina que no sabemos qué hacer con ella." Aquella era una mentira tan visible, que Evita le miró interrogativamente durante unos segundos y luego le espetó la siguiente contestación: "¿Entonces por qué no prueban poner un poco en el pan?" Si tal réplica perturbó el proverbial equilibrio dictatorial de Franco, el caudillo no lo demostró, puesto que se recuperó inmediatamente. Después de todo se había gastado casi un millón de dólares en la visita de esta huesped, y por tanto sonrió con aquella sonrsa fatigada y de labios apretados que le era tan característica e intentó ignorar el hecho de que nadie le había hablado de aquella forma en muchos años.

EVITA EN BARCELONA

En lo que respecta a Evita, su arco iris brilló sin apagarse a través de toda España. Al finalizar su estancia en este país después de dos semanas y cuatro días, Evita habló a las mujeres de España en una alocución que se transmitió a la nación entera: "Me siento embriagada de amor y felicidad, porque mi sencillo corazón de mujer ha comenzado a vibrar con las fibras más sensibles de la inmortal España." Con aquellas palabras, voló hacia Roma.Ver Discurso de despedida de Eva Perón dirigido a los españoles el 26 de junio de 1947.

Tal vez fuera la época (aquel período mezquino, de austeridad y pobreza, traído por la posguerra) lo que hizo que el desarrollo del viaje de Evita por toda Europa fuera tan fascinante. Los periódicos más sesacionalistas seguían cada unos de sus movimientos con minucioso detalle, y otros periódicos de mucha más importancia y peso en el mundo de la prensa, como por ejemplo The Times, insertaban comentarios sobre el significado de la gira. La revista Time llegó a sacar la fotografía de Eva Perón en su portada, un honor sin duda no apreciado por el gobierno argentino, que prohibió el ejemplar por contener una o dos frases insinuantes y sarcásticas. Pero el artículo de fondo comenzaba de una manera más que inofensiva con el relato de un carpintero que en traje de faena de desteñido color azulestaba trabajando en la avenida Alvear para construir una tribuna pública. El carpintero no estaba muy seguro de la misión a que estaba destinada la tribuna que construía: "... Tal vez para el regreso de la señora cuando finalice su viaje. ¡Ah Señor!, usted debe haber leído sobre este viaje. Un verdadero milagro, ¿no es verdad? Todo el mundo conoce este viaje."

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