El último 17 de octubre de Eva Perón


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María Eva Duarte de Perón / Evita. Argentina 1919-1952

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El último 17 de octubre de Eva Perón

El 22 de agosto de 1951, en el llamado Cabildo abierto del Justicialismo, un millón de trabajadores se concentraron en la Avenida del 9 de Julio que estaba llena de pancartas con la leyenda "Peron Eva Perón 1952-1958. La fórmula de la Patria".

Tanto la CGT como la mayoría de trabajadores peronistas, solicitaban esta fórmula de gobierno que significaba la elección de Evita como Vicepresidenta. Sin embargo, había una gran oposición por parte de los estamentos militares principalmente (amén de la oligarquía) que se horrorizaban sólo de pensar que "la Señora" saliese elegida y llegara a ser presidenta en caso de fallecimiento del general Perón. También existía un gran impedimento de tipo natural, como era la propia salud de Eva, que cada vez estaba más enferma y acercándose hacia la muerte, aunque hubiera momentos en que, a pesar de que estaba grave, tenía esperanzas de recuperarse como cuando se pesaba y alguien que la quería, sabiendo lo que sufría cada vez que veía que había perdido peso, le manipulaba un poquito la balanza para verla sonreir un poco el día que creía que había aumentado unos gramos.

El llegar a la vicepresidencia era algo que Eva ambicionaba y estaba en sus proyectos, sin embargo, siempre estaba por encima de todo su amor por Perón y siempre acataba sus decisiones en temas políticos. Por ello, pese al terrible diálogo que estableció con los descamisados en el Cabildo abierto del 22 de agosto de 1951, intentando renunciar al honor de la vicepresidencia, diálogo que quedó registrado y que se puede seguir, por ejemplo, en el vídeo "Evita cuenta su historia" de Editorial Planeta Argentina. Al final, cuando el pueblo no le acepta su renuncia, Evita les dice: "Compañeros, como dijo el general Perón, yo haré lo que diga el pueblo", aunque nueve días más tarde, anunció por radio a toda la nación su decisión irrevocable y definitiva de renunciar al honor con que quisieron investirla los trabajadores, por eso, dentro del peronismo a ese 31 de agosto de 1951 se lo conoce como "El día de la Renuncia".

Con su renuncia Eva demostró la falsedad de las acusaciones que le hacían sus enemigos que siempre la andaban tildando de mujer ambiciosa. Tenía ambiciones como todo el mundo, pero no al extremo de contradecir sus propias convicciones y oponerse a las indicacione de su marido que siempre había sido su norte y su vida, desde que le conoció.

El sacrificio que le supuso la renuncia le fue recompensado tanto por la CGT como por su marido y de una forma pública en la celebración del 17 de octubre de 1951, el último 17 de octubre en la vida de Eva Perón.

Reproducimos aquí, unas páginas de la biografía "Evita" escrita por Marysa Navarro, la mejor biografía escrita sobre Eva Perón, donde queda reflejado el discurso de agradecimiento de Perón a Eva por su labor, así como el discurso de Eva como respuesta.

22 de agosto de 1951

Llegó el 17 de octubre, el último que vería. La plaza se llenó como nunca, pues la expectativa por la presencia de Evita en el balcón era muy grande. Vestida con un severo traje negro, pálida y frágil, haciendo un esfuerzo visible, saludó varias veces con los brazos en alto sostenida por Perón. Después que el público entonó el himno nacional y Los muchachos peronistas, José Espejo le entregó la Distinción del Reconocimiento de Primera Categoría por su renunciamiento, "que tiene la grandeza de las actitudes de los mártires y de los santos". A continuación, Perón le entregó la Gran Medalla Peronista en Grado Extraordinario y se confundieron en un largo y tierno abrazo. Evita, emocionada, no atinaba a reponerse para hablar y Perón inició su discurso.

"Nunca podría haberse resuelto un homenaje más justiciero, más hondo y más honorable que esta dedicación del 17 de octubre a Eva Perón", dijo casi al comienzo de su discurso. "Ella no es sólo la guía y la abanderada de nuestro movimiento, sino que es también su alma y su ejemplo. Por eso, como jefe de este Movimiento Peronista, yo hago pública mi gratitud y mi profundo agradecimiento a esa mujer incomparable de todas las horas.

Ella, para nosotros, nació con el justicialismo. Lanzó a las falanges peronistas el soplo vivificador de su espíritu incomparable, para iluminarlo y proyectarlo hacia los fastos de la historia de la Nación.

El sindicalismo argentino recibió de ella ayuda inigualable; esas ayudas que se realizan con el corazón, que hacen posible a los hombres y a las mujeres transformarse en líderes, transformarse en mártires y convertirse en héroes de los momentos de la Nación...

Estaría de más que yo dijese a esta masa viviente del pueblo argentino, cuáles son los méritos de la Fundación Eva Perón. Ellos a lo largo de todos los caminos de la Patria, van recibiendo los beneficios generosos y humildes de esta benemérita institución, que ha fijado para todos los tiempos de la historia argentina la figura de Eva Perón como una de las mujeres más grandes de la humanidad...

El partido Peronista Femenino, obra de su inteligencia y de su espíritu realizador, constituye en nuestro país, como entidad política, un ejemplo de organización, de disciplina y de subordinación a la doctrina peronista.

Ella, con una capacidad natural para el manejo político de las masas, le ha dado a este movimiento peronista una nueva orientación, una mística y una capacidad de realizaciones en el campo político, que ha puesto a la mujer casi a la par del antiguo movimiento cívico argentino, con muchos años de tradición y de existencia.

Ella, durante estos seis años, me ha mantenido informado al día de las inquietudes del pueblo argentino. Ese maravilloso contacto de todos los días en la Secretaría de Trabajo y Previsión, donde ha dejado jirones de su vida y de su salud, ha sido en holocausto a nuestro pueblo, porque ha permitido que, a pesar de mis duras tareas de gobierno, haya podido vivir todos los días un largo rato en presencia y contacto con el pueblo mismo.

Aparte de todo ello, ella ha tenido, con su tino maravilloso, la guarda de mis propias espaldas, confiadas en su inteligencia y en su lealtad, que son las dos fuerzas más poderosas que rigen el destino y la historia de los hombres".

Durante unos minutos todavía, Evita como en un sueño siguió con atención las palabras de Perón. Nunca había oído semejantes alabanzas de su boca y nadie hasta entonces había definido más certeramente el papel que Evita desempeñaba en el gobierno peronista. Una vez que Perón terminó su discurso, Evita, que lo había escuchado sentada, se levantó y escondiéndose en su pecho, se puso a llorar quedamente. "Mis queridos descamisados", atinó a decir finalmente ante la plaza súbitamente silenciosa:

"Este es un día de muchas emociones para mí. Con toda mi alma he deseado estar con ustedes y con Perón en este día glorioso de los descamisados. Yo no podré faltar nunca a esta cita con mi pueblo de cada 17 de octubre. Yo les aseguro que nada ni nadie hubiera podido impedirme que viniera, porque yo tengo con Perón y con todos ustedes, con los trabajadores, con los muchachos de la CGT, una deuda sagrada: a mí no me importa si para saldarla tengo que dejar jirones de mi vida en el camino.

Tenía que venir y he venido para darle las gracias a Perón, a la CGT, a los descamisados y a mi pueblo. A Perón, que ha querido honrarme con la más alta distinción que puede honrarse a un peronista y con lo que acabo de recibir esta tarde, que yo no terminaré de pagarle ni entregándoles mi vida para agradecerle lo bueno que siempre fue y es conmigo. Nada de lo que yo tengo; nada de lo que soy; ni nada de lo que pienso es mío; es de Perón. Yo no le diré la mentira acostumbrada; yo no le diré que no lo merezco, mi general. Lo merezco por una sola cosa, que vale más que todo el oro del mundo; lo merezco porque todo lo hice por amor a este pueblo. Yo no valgo por lo que hice, yo no valgo por lo que he renunciado; yo no valgo por lo que soy ni por lo que tengo. Yo tengo una sola cosa que vale, la tengo en mi corazón, me duele en el alma, me duele en mi carne y arde en mis nervios. Es el amor por este pueblo y por Perón. Y le doy las gracias a usted, mi general, por haberme enseñado a conocerlo y a quererlo. Si este pueblo me pidiese la vida se la daría cantando, porque la felicidad de un solo descamisado vale más que toda mi vida.

Tenía que venir a darle las gracias a la CGT por la distinción que significa el homenaje de laurear una condecoración que es para mí el más querido recuerdo de los trabajadores argentinos. Tenía que venir para agradecerles el que hayan dedicado los trabajadores y la CGT a esta humilde mujer este glorioso día. Y tenía que venir para decirles que es necesario mantener, como dijo el general, bien alerta la guardia de todos los puestos de nuestra lucha. No ha pasado el peligro. Es necesario que cada uno de los trabajadores argentinos vigile y que no duerma, porque los enemigos trabajan en la sombra de la traición, y a veces se esconden detrás de una sonrisa o de una mano tendida. Y tenía que venir, para agradecer a todos ustedes, mis queridos descamisados de todos los rincones de la Patria, porque el 28 de septiembre ustedes han sabido jugarse la vida por Perón. Yo estaba segura que ustedes sabían —como lo han sabido— ser la trinchera de Perón. Los enemigos del pueblo, de Perón y de la Patria, saben también desde hace mucho tiempo que Perón y Eva Perón están dispuestos a morir por este pueblo. Ahora también saben que el pueblo está dispuesto a morir por Perón.

Yo les pido hoy, compañeros, una sola cosa: que juremos todos, públicamente, defender a Perón y luchar por él hasta la muerte. Y nuestro juramento será gritar durante un minuto para que nuestro grito llegue hasta el último rincón del mundo: La vida por Perón".

La multitud exaltada prolongó el juramento por varios minutos. Con renovadas energías, Evita prosiguió entonces su discurso.

"Que vengan ahora los enemigos del pueblo, de Perón y de la Patria. Nunca les tuve miedo porque siempre creí en el pueblo. Siempre creí en mis queridos descamisados porque nunca olvidé que sin ellos, el 17 de octubre hubiese sido fecha de dolor y de amargura, porque estaba destinado a ser de ignominia y de traición. Pero el valor de este pueblo lo convirtió en un día de gloria y de felicidad.

Yo les agradezco, por fin, compañeros, todo lo que ustedes han rogado por mi salud. Se lo agradezco con el corazón. Espero que Dios oiga a los humildes de mi Patria, para volver pronto a la lucha y poder seguir peleando con Perón, por ustedes y con ustedes, por Perón hasta la muerte. Yo no quise ni quiero nada más para mí. Mi gloria es y será siempre el escudo de Perón y la bandera de mi pueblo y aunque deje en el camino jirones de mi vida, yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria. Yo sé que Dios está con nosotros, porque está con los humildes y desprecia la soberbia de la oligarquía. Por eso, la victoria será nuestra. Tendremos que alcanzarla tarde o temprano, cueste lo que cueste y caiga quien caiga.

Mis descamisados: yo quisiera decirles muchas cosas, pero los médicos me han prohibido hablar. Yo les dejo mi corazón y les digo que estoy segura, como es mi deseo, que pronto estaré en la lucha, con más fuerza y con más amor, para luchar por este pueblo, al que tanto amo, como lo amo a Perón. Y les pido una sola cosa: estoy segura que pronto estaré con ustedes, pero si no llegara a estar por mi salud, cuiden al general, sigan fieles a Perón como hasta ahora, porque eso es estar con la Patria y con ustedes mismos. Y a todos los descamisados del interior, yo los estrecho muy cerca de mi corazón y deseo que se den cuenta de cuánto los amo". Exhausta, sus ojos llenos de lágrimas recorrieron una vez la multitud que gritaba su nombre con voz enronquecida, y abrazando a Perón, estalló de nuevo en sollozos.

17 de octubre de 1951 17 de octubre de 1951



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