"EL 17 DE OCTUBRE DE 1945" (I)


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María Eva Duarte de Perón / Evita. Argentina 1919-1952

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"EL 17 DE OCTUBRE DE 1945" por Felix Luna

Hemos seleccionado del libro "Argentina de Perón a Lanusse 1943-1973" del historiador y periodista argentino Felix Luna, la visión de este famoso día dentro del peronismo. No obstante, en páginas sucesivas, proporcionaremos otras visiones del mismo acontecimiento.

Sucedió caótica y espontáneamente. Es cierto que la CGT después de una laboriosa discusión, había decretado una huelga general para el día 18: pero esto ocurrió un día antes y nada tuvo que ver con las abstrusas consignas lanzadas por la central obrera. También es cierto que los adictos a Perón habían agitado el ambiente sindical: pero ni la más eficaz agitación podría haber logrado el resultado que tuvo. Pues lo que ocurrió el 17 de octubre dejó pasmados a todos. Al endeble gobierno, a las Fuerzas Armadas, a los partidos políticos, a los grandes diarios -que describían una situación idílica mientras el país hervía de pasión-, y también al propio Perón y sus allegados, desbordados por el avance popular sobre Buenos Aires.

Pues eso fue lo que se desató sobre la capital argentina desde la madrugada del 17 de octubre. Miles y miles de hombres y mujeres llegados desde el cinturón suburbano empezaron a invadir pacíficamente el centro de la ciudad. Gritaban incansablemente el nombre de Perón y reclamaban su libertad. Al principio, la policía intentó detenerlos con blandura: hasta días atrás el jefe del organismo había sido un incondicional de Perón, que mejoró la situación de los agentes de seguridad. Luego los policías dejaron que siguieran pasando. No se ejercieron violencias y si el espectáculo pudo no ser agradable, tampoco hubo que lamentar víctimas, o al menos el número de víctimas que podría haber arrojado una jornada tan tensa y confusa como aquélla.

La multitud buscaba instintivamente la Plaza de Mayo, sede del poder en estas tierras desde la época de los españoles. Allí, en la rosada casa de Gobierno, suponía que su reivindicación única, obsesiva, la libertad de Perón, sería atendida. Perón, entretanto, había regresado a Buenos Aires: deprimido por su derrota y por su estadía en una isla que estaba bajo la jurisdicción de la Marina, pretextó una enfermedad y consiguió ser trasladado al Hospital Militar de Buenos Aires. Allí, virtualmente libre, seguía atentamente, pero lleno de vacilaciones y dudas, el avance de las masas sobre la ciudad.

Sería inútil relatar las alternativas de ese día increíble. Como en un vodevil, las entradas y salidas parecían sincronizadas por un lejano director, totalmente loco... Mensajeros de la Casa de Gobierno al Hospital Militar; mensajeros a las guarniciones; mediadores oficiosos y hasta la aparición absurda de una ayudante del Procurador de la Corte para presentar una lista ministerial de signo democrático que ya estaba totalmente olvidada, conforman una crónica confusa y por momentos desopilante. Frente a eso, el pueblo, aumentando en decenas de miles cada hora, firme en la histórica Plaza de Mayo, coreando el nombre de su líder aumentando por momentos su impaciencia y negándose a escuchar a nadie que no fuera Perón.

Casi a medianoche salió Farrell al balcón de la Casa Rosada y se dirigió a la multitud para anunciar la palabra de Perón. Este había recibido un triunfo en toda línea: ante el espectáculo popular el Ejército había dado por clausurado el movimiento iniciado ocho días antes y la Marina se abstenía de actuar. Perón pronunció un discurso ambiguo pero vibrante, un discurso constantemente interrumpido por la multitud en su asombroso diálogo de amor que marcó, definitivamente, una vinculación entre el líder y su pueblo que habría de perdurar hasta mucho después de su caída, en 1955. Luego, ya casi de madrugada, la gente se fue retirando como había venido, a pie, exhausta y enronquecida, feliz, no sin que otro tiroteo marcara el fin de esa jornada.

Fue, sin duda alguna, el día más importante de nuestra historia contemporánea porque señaló la falencia de los partidos tradicionales y de los factores de poder vigentes hasta entonces, para exaltar un elemento que todos habían invocado siempre, pero que no existía como hecho físico concreto: la masa, el puro pueblo, el hombre común que rompió los esquemas de sus dirigentes, aun de los más respetables, para imponer su voluntad. De allí en adelante quedaba abierto el camino de Perón hacia el triunfo electoral. Farrell, liberado ya de presiones, designó un gabinete integrado por amigos de Perón y éste, intacta su hegemonía en el gobierno, se lanzó febrilmente a organizar la coalición de fuerzas que le apoyarían en las elecciones. Pero antes hizo una pausa para cumplir con una obligación galante: regularizar su unión con Eva Duarte, que lo había acompañado lealmente durante las jornadas de prueba. Era ella, por entonces, una muchacha de aspecto insulso y vulgares modales: no pasarían muchos meses sin que protagonizara una asombrosa transformación.

"El 17 de octubre y Eva Duarte (II)"



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