La muerte de Eva Duarte de Perón (1952)


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María Eva Duarte de Perón / Evita. Argentina 1919-1952

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El general Perón relata la muerte de su esposa

Presentamos aquí el relato de la muerte de Eva Duarte de Perón, contado por él mismo en sus recuerdos grabados en cinta magnetofónica en su quinta de Puerta de Hierro de Madrid, en la época de su exilio, contenido en el libro Yo, Juan Domingo Perón.".

En distintos pasajes de sus cintas habla Perón de la muerte de Evita. La primera vez que a ello alude es con ocasión de su enorme capacidad de trabajo, que la forzaba a quedarse hasta altas horas de la noche e incluso de la madrigada en su despacho atendiendo a un sinfín de quehaceres. "Eso la mató", comentó lacónicamente el general.

"Esta actividad iba minando su salud de día en día", añade el general Perón en otro texto que recogimos en el capítulo X. Y continúa: "Yo veía que se deformaba; que andaba con anemia; quería evitar que trabajara tanto, pero era imposible."

El testimonio del embajador de España, José María de Areilza, es coincidente. "Evita llevaba a mi parecer -escribe el ilustre diplomático y político-, el grave mal que puso fin a su existencia dentro de su cuerpo desde los años en que la conocí. su color de piel era sospechoso y el rostro demacrado denotaba una fatiga patológica. Fue operada en aquellos años de apendicitis, oficialmente, pero un gran amigo nuestro, el doctor Arce, me aseguró entonces que era el primer brote de la enfermedad definitiva. Creo que ella era consciente de esa situación y se quemó literalmente en los últimos años con un heroico trabajo político y social, en una patética carrera contra el reloj de su vida."

A esa llama en la que "se quemó literalmente", alude Eva Duarte en una bellísima carta escrita a su marido el 4 de junio de 1952, mes y medio antes de su muerte: "tu sabes que a ese privilegio respondí haciendo de mi vida una llama que ardió en una vigilia permanente, sin descanso y con alegría…"

A aquella operación a que se refiere el embajador Areilza como "oficialmente de apendicitis", dedica Perón unas palabras, pero, desgraciadamente, la cinta en que están grabadas, lo están tan mal y con tantos ruidos ajenos a su voz que nos ha sido materialmente imposible reconstruir el texto completo. Sólo se entienden frases como éstas, separadas entre sí:

"leucemia; una leucemia bien caracterizada por falta de glóbulos rojos…" "era un médico de Córdoba el que la vio…" "le hicieron una biopsia…" "era una mujer valiente…" "llamaron al Dr. Pack…" "muy buena persona, muy amigo mío, gran médico, quien la operó…" "él era asesor de la Fundación…" "La Fundación tenía varios médicos asesores extranjeros. Cuando se les necesitaba, se les llamaba y venían: como Popel y el español Castroviejo…" "grandes médicos asesores para casos especiales…" "se llamó a uno de estos especialistas e hizo la operación con el Dr. Finochietto…" "porque era director del hospital donde la operaron…" "metástasis de pulmón…" "también vino un japonés: un tal doctor…" …"En la época del diagnóstico fueron dos doctores alemanes, que habían ido a otra cosa…" "profesores muy famosos de Alemania…" "la revisaron y confirmaron el diagnóstico. Eso era antes de operarla…" "le hacían aplicaciones de diatermia…"

Las palabras que siguen, salvo algunas dudosas, han podido ser reconstruidas por nosotros. Y creemos que con fidelidad.

"Yo estuve viviendo en la clínica cuando la operaron, y los días subsiguientes. Es decir, dormía en la clínica y trabajaba durante el día. Después comenzaron a hacerle aplicaciones de diatermia y de rayos. Cuando se recuperó de la operación fue a la Casa de Gobierno e hizo un discurso. Fue la última vez que se la vio en público.

Desde que Evita empezó a enfermar traté de mantenerla en casa y que no saliera. Esto era muy difícil, pues no quería otra cosa que trabajar. Yo la fui convenciendo de que se curara bien, primero, y que así, después, podría volver a ocuparse mejor de la Secretaría de trabajo y de la Fundación. Bien sabía yo que no podría nunca sanar, ¡pobrecita!, pero le decía esto para retenerla en casa. Como se negaba, tuve que prometerle que las tareas que desarrollaba ella las haría yo personalmente. Y lo cumplí. Por las mañanas iba a la Casa de gobierno y por las tardes a la Secretaría de Trabajo y Previsión Social, donde atendía a la gente que ella tenía citada y desarrollaba las funciones que ella solía hacer antes de modo personal. Sólo así conseguí que se quedara en casa. Yo no hablaba con ella nunca del futuro, o hablaba con mucha prudencia, pues no quería impresionarla acerca de su salud. Siempre insistí en que se iba a curar. La engañaba en esto para que no sufriera inútilmente.

"De la habitación donde ella dormía la cambiamos a otra, más cerca de mi dormitorio. Y los últimos días mantenía abierta la puerta durante la noche. La cuidaban varios médicos. Entro otros, el doctor Jorge Taiana. Del partido peronista femenino, iban muchas mujeres, que se turnaban, para hablar con ella junto a la cama.

El día antes de morir me entregó ese testamento que se leyó en la Plaza de Mayo, en el que dejaba todas sus cosas a favor de los pobres de la Fundación. Ya estaba muy mal, aunque todavía tenía conocimiento las horas en que no estaba dormida por los muchos calmantes que la ponían. Aparte de lo que me entregó por escrito, me hizo otros encargos verbalmente. Ya entonces sabía que no le quedaba mucho de vida. "No te preocupes", le decía yo. Ya casi no podía hablar. Volvió a quedarse semidormida y toda la noche y toda la mañana siguiente entró en estado comatoso sin volver a reaccionar, y a la tarde murió. Sus últimas palabras fueron: "Cuida a los obreros y no te olvides de 'los grasitas'." Con estas palabras, "los grasitas", se refería ella a los pobres.

"Desde la residencia en que murió, la trasladaron a la sede de Trabajo y Previsión, donde hicimos la capilla ardiente. Pensamos que deberíamos dejar expuesto el cadáver dos días o tres y luego enterrarla. Pero había tanta gente, tantas cuadras de colas de cuatro filas esperando su turno bajo la lluvia para verla por última vez y fueron tantos los que se desplazaron desde todas partes de la República, a quienes no podíamos defraudar, que encargamos al profesor Ara, un español, el más famoso del mundo, que le hiciera una operación previa al embalsamamiento definitivo. Estuvo trabajando casi 24 horas seguidas para que el cuerpo pudiera estar 15 ó 20 días sin descomponerse. Y así fue. Más tarde, la llevamos al Congreso y desde allí, después de estar expuesta otro tiempo, hicimos el cortejo oficial por la Avenida de Mayo y la llevamos hasta la Confederación General del Trabajo, donde el doctor Ara hizo el embalsamamiento final. Concluido el embalsamamiento, parecía que estuviera durmiendo. Nadie la vio más que el profesor Ara y yo. Pensamos construir una cripta y que el ataúd tuviera un cristal y que en los aniversarios la gente pudiera pasar y mirarla. También había un lugar en la cripta para mí: para cuando yo faltara.

Evita dejó todos sus bienes para que los pudieran utilizar los pobres: sus alhajas, las casas que le regaló Alberto Dodero… Yo hice entonces una Fundación, la Fundación Evita, que no hay que confundir con la que ya existía. Las joyas servirían como garantía parea conseguir préstamos hipotecarios y construir con ese dinero, casas para los obreros y residencias para estudiantes.

"El administrador de la Fundación Evita fue Nicoletti, y administrador adjunto, un muchacho, Barbeli. Era un capital bastante interesante. Todo se lo regaló a los pobres. Yo encargué a Richardi que hiciera un inventario, y lo pasé todo a la Comisión del Monumento. Allí me dijeron: "como no tenemos caja de cierre, lo pondremos todo en exposición." Y se expuso todo en la calle Galieres, incluida la cama en que murió Evita y algunas cosas suyas particulares.

No es cierto que, al morir, los argentinos se dirigieran a la Santa Rota de Roma para pedir su beatificación. Lo que sí es cierto es que allá, en los ranchitos, le tienen un altar con una vela. A la entrada de cada casa peronista hay un altar dedicado a Evita, de manera que no hay ningún santo en la Iglesia Católica que tuviera tanta gente devota en la Argentina como la tiene Evita. No ha habido en la historia del mundo una mujer como ella. Evita representa una figura nueva en la historia.



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