Eva en su plenitud. Diálogo con Juan Jiménez Domínguez


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María Eva Duarte de Perón / Evita. Argentina 1919-1952

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Eva en su plenitud

En 1992 Alberto Schprejer, editor de la edición argentina en 1994 del libro Mi mensaje, realizó un diálogo con Juan Jiménez Domínguez, colaborador cercano de Evita, y que Joseph A. Page incluye en su libro "Con mis propias palabras: Eva Perón". Lo reproduzco para estas páginas pues lo considero un documento que aporta datos de interés, no sólo respecto a la autoría del libro Mi mensaje, sino también en datos biográficos de Eva Perón.

Juan Jiménez Domínguez probablemente haya sido el más calificado de los colaboradores a los que Evita dictó en sus últimos meses de vida Mi mensaje.

Jiménez es un hombre septuagenario, delgado y atildado que se jacta con la voz grave y firme de haber servido "a la Señora" con diligencia y fidelidad.

También él, reconoce, daba al libro por perdido para siempre. Los gorilas, explica, destruyeron casi todas las cosas de Eva Perón, a la que odiaban visceralmente.

Se enteró de que podría no ser así, cuando, hace ya algunos años, recibió la visita de "gente de Guardia de Hierro", que le preguntó por su autenticidad.

"Yo les pedía que me dejaran tener los originales en la mano para atestiguarlo con total certidumbre, pero jamás regresaron", apostilló.

Si estaba tan seguro de poder dictaminar sobre la autenticidad del original, agregó, es porque "muchas de esas páginas las mecanografié yo mismo, y aunque nunca las tuve todas juntas, por mis manos pasó la mayoría de ellas".

Además recordó que, "si no pasé a maquina todas las hojas fue porque tenía que cumplir misiones lejos de la capital y porque Evita se las dictaba en sus momentos libres al colaborador que tenía más a mano".

A pesar de que la gente de Guardia de Hierro no volvió a consultarlo, añade: "Tengo entendido que ellos intervinieron en la compra del manuscrito".

Su carácter aluvional, emotivo, se debe, agrega, a que Eva "tenía una tremenda intuición y una gran facilidad de palabra. Le gustaba improvisar, decir lo que le brotaba del corazón y, de hecho, rara vez leía sus mensajes".

Conoció a Eva en vísperas del 17 de octubre de 1945 y desde 1948 hasta su muerte fue uno de sus más estrechos colaboradores.

Es decir: la conoció antes de que el peronismo obtuviera su partida de nacimiento y de que se casara con Juan Perón. Precisamente en las febriles jornadas en que Evita encarecía a los delegados obreros que organizaran la pueblada que habría de liberar al entonces coronel de su confinamiento en Martín García.

Evita, narra Jiménez, convocó el 8 de octubre de 1945 (el mismo día en que Perón cumplía 50 años; el mismo día que los militares oligárquicos lo detuvieron y condujeron a la isla) a una reunión de trabajadores en el sindicato de la alimentación, donde les pidió con vehemencia que organizasen la huelga activa que fructificó nueve días después.

Uno de los congregados, que llamó a Evita la atención por su juventud, resultó ser Jiménez, que por entonces era un maestro de 23 años, empeñado en formar el primer sindicato de maestros, sindicato que enseguida fundaría bajo el nombre de Unión de Docentes Argentinos (UDA) y del que sería su primer secretario general.

A partir de entonces, estuvo directamente vinculado a Eva, relación que se formalizó cuando "en 1948 ella me invitó a trabajar en su despacho de la Secretaría de Trabajo y Previsión.

Han pasado 44 años, pero Jiménez lo recuerda como si hubiera ocurrido ayer: "Desde ese momento me constituí en colaborador inmediato y permanente de la Señora", destaca con emoción.

Jiménez despliega cuatro viejas fotografías que lo muestran junto a Evita y Perón. Dice que junto a su jefa, trabajando "en jornadas de 14 y 15 horas, pude darme cuenta de la magnitud de su obra, una obra profundamente humanista y cristiana".

De la inquina de Evita por obispos y cardenales, Jiménez comenta que "Evita era muy cristiana, muy católica, podría decirse que militante, y se confesaba siempre con el padre Hernán Benítez. Así que si se llevaba muy mal con los obispos, era simplemente porque éstos estuvieron sistemáticamente de parte de la oligarquía. Prueba de lo que le digo es que en todas las obras de la Fundación siempre hubo una capilla".

En cuanto a su aguda desconfianza por los generales, dice que éstos "respetaban mucho a Evita porque sabían que cualquier cosa que llegase a sus oídos ella se la transmitía de inmediato a Perón".

"A mi entender –continúa-, si el golpe de 1955 no vino mucho antes fue porque Evita vivía y era un verdadero paragolpes: estaba siempre junto al movimiento obrero y una palabra suya podía lanzar un paro general en el día. Y todo el mundo obedecía a los sindicatos porque casi todos los trabajadores eran peronistas".

Habla de la enfermedad de Eva, esa enfermedad que quienes la odiaban recibieron con alborozo, hasta el punto de proclamar "¡Viva el cáncer!".

"Ella no quiso recibir atención médica porque decía que lo principal era seguir trabajando para la gente humilde; que no podía darse el lujo de internarse en un hospital y, por velar su salud, olvidarse de la de quienes más sufrían", rememora.

"Por fin –continúa-, no tuvo más remedio que internarse. Creo que fue el 6 o el 7 de noviembre de 1951. Yo por entonces estaba en Mar del Plata y ella me ordenó que la llamase todos los días para informarle de mi gestión. El 11 de noviembre de 1951 se celebraron las elecciones municipales y, por primera vez, las ganó el peronismo. Recuerdo que llamé al policlínico a eso de las 12 de la noche, porque Eva estaba muy interesada en conocer cuál era el resultado y me había ordenado que la llamase a la hora que fuese.

"También recuerdo con particular emoción que unos pocos días después de que saliese de alta, cuando se restablecía en la residencia de la calle Austria que los gorilas después demolieron, me llamó el secretario particular de Evita, Renzi, y me pidió que fuera. Cuando llegué, me condujeron ante ella.

"Estaba sentada en un sillón, vestida con un deshabillé rosa, pálida como un lirio, hermosa", dice, y se le estrangula la voz.

La escena, es evidente, ha quedado fijada en su memoria con una impresión aún más indeleble que la del manojo de fotografías que lo muestran junto a su jefa.

"Era casi mediodía. Le di un beso, como siempre hice, y ella me pidió que tomara asiento. Permanecí sentado durante veinte minutos y, como no decía nada, fui yo quien le dije: "Señora, usted me mandó llamar, estoy a sus órdenes, usted dirá".

Los ojos de Jiménez se humedecen detrás de los lentes cuando hace una breve pausa, y traga saliva para poder continuar.

"Entonces ella estiró su mano, su mano izquierda, me tocó el brazo y me dijo: "No, Jiménez, te llamé sólo porque necesitaba estar con un verdadero peronista", y luego volvió a quedarse en silencio, y a los dos o tres minutos agregó: "retírate: va a llegar el general y él no quiere que yo hable con nadie todavía".

Ante la pregunta de si alguna vez habló con Evita del contenido de Mi mensaje y de las repercusiones que podría tener su publicación, Jiménez dice que no.

"No era necesario porque yo estaba totalmente de acuerdo con lo que ella dictaba. No olvide que yo era un hombre de Evita más que de Perón. Que veía a diario cómo se entregaba a su tarea de redención, cómo atendía a los humildes y a los trabajadores". Hace una pausa y sentencia: "Ella estaba llena de ternura y era una bendición para el país".




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