DOCUMENTOS SOBRE JUAN DOMINGO PERON


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María Eva Duarte de Perón / Evita. Argentina 1919-1952

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Entrevista a Juan Domingo Perón

Por creerlo de interés damos a continuación, sin comentarios, el texto de la entrevista efectuada por un corresponsal de la United Press con fecha 4 de octubre de 1955 al ex presidente argentino Juan D. Perón, publicada en el mundo entero al día siguiente y tomada del diario "El Día" de Montevideo (Uruguay) del miércoles 5 de octubre de 1955. La entrevista se efectuó en Asunción (Paraguay), siendo prohibida su difusión en el país por el gobierno de Lonardi-Amadeo-Bengoa.

ASUNCION, 4 (UP). - El ex presidente argentino Juan D. Perón concedió hoy a la United Press la primera entrevista que se le haya hecho desde su derrocamiento el 20 de septiembre. La United Press envió un cuestionario y el ex presidente aceptó preparar las respuestas. Independientemente del cuestionario, sin embargo, este corresponsal tuvo oportunidad de conversar personalmente con Perón durante 50 minutos. Esta primera conversación personal de un periodista con el ex presidente desde su caída, sirvió para comprobar que Perón se halla de excelente humor y tiene un aspecto evidentemente tranquilo.

El siguiente es el texto de las preguntas del corresponsal y las respuestas de Perón: Periodista: ¿Puede el general dar una información sobre los sucesos político-militares argentinos que culminaron con su renuncia a la presidencia de la nación?

Perón: Estallada la revolución, el 1£1 de setiembre la escuadra sublevada amenazaba con el bombardeo de Bue­nos Aires y la destilería Eva Perón, después del bombar­deo de Mar del Plata. Lo primero era una monstruosidad semejante a la masacre de la Alianza (Libertadora Nacio­nalista); lo segundo significaba la destrucción de diez años de trabajo y la pérdida de cientos de millones de dólares.

Llamé entonces al ministro del Ejército, general Lu­cero,y le dije: "Estos bárbaros no sentirán escrúpulos en hacerlo. Yo no deseo ser la causa de salvajismo seme­jante". Inmediatamente me senté a mi escritorio y redac­té la nota que es de conocimiento público, sugiriendo la necesidad de evitar la masacre de gente indefensa e ino­cente y un desastre de destrucción, ofreciendo, si era ne­cesario, mi retiro del gobierno.

Inmediatamente la remití a Lucero quien la leyó por radio como comandante en jefe de las fuerzas de repre­sión y la entregó a la publicidad.

El día 19, de acuerdo con el contenido de la nota, Lu­cero formó una junta de generales, encargándole discutir con los jefes rebeldes la forma de evitar un desastre. La Junta se reunió el mismo día e interpretó que mi nota era una renuncia.

Al enterarme de semejante cosa, llamé a mi residencia a los generales para aclararles que la nota no era una re­nuncia, sino un ofrecimiento que ellos podían usar en las tratativas. Les aclaré que, si fuera una renuncia, estaría dirigida al Congreso de la Nación, no al ejército ni al pue­blo; asimismo, que el presidente constitucional lo era hasta que el Congreso aceptara su renuncia. La misión de la Junta era sólo negociadora.

Los generales tuvieron una reunión tumultuosa en la que la opinión de los débiles fue dominada por los que ya habían defeccionado.

En la madrugada del 20, fue llamado mi ayudante, el mayor Gustavo Renner, al Comando. Allí el general (Ar­mando) Manni le comunicó que la Junta había aceptado mi renuncia (que no había presentado) y que debía aban­donar el país en ese momento. En otras palabras, los gene­rales que se habían pasado a los rebeldes me imponían el destierro.

Periodista: ¿A qué causas atribuye el estallido revolucio­nario? ¿Cree usted que influyó para ello el conflicto con la iglesia y el contrato sobre explotaciones petroleras?

Perón: Las causas fueron solamente políticas. El mó­vil fué la reacción oligarco-clerical para entronizar al con­servadorismo caduco. El medio fué la fuerza movida por la ambición y el dinero.

El contrato petrolero es un pretexto de los que traba­jan de ultranacionalistas suigeneris.

Periodista: ¿Estaba el gobierno en antecedentes de la cons­piración dirigida por el general Lonardi y otros jefes milita­res? ¿Es exacto que la marina de guerra estuvo en actitud de rebeldía desde el 16 de junio?

Perón: El gobierno estaba en antecedentes desde hacía tres años. El 28 de septiembre de 1951 y el 16 de junio de 1955 fueron dos brotes abortados. No quise aceptar los fusilamientos y esto los envalentonó. Si la marina era rebelde desde el 16 de junio, lo supo disimular muy bien, pues nada lo hacía entender así.

Periodista: Señor general, su carta de renuncia del 19 de septiembre decía que quería usted evitar pérdidas inestima­bles para la Nación. ¿Con las fuerzas leales, podría haber prolongado la lucha? ¿Había probabilidades de éxito?

Perón: Las probabilidades de éxito eran absolutas, pe­ro para ello hubiera sido necesario prolongar la lucha, ma­tar a mucha gente, destruir lo que tanto nos costó crear. Bastaría pensar en lo que habría ocurrido si hubiera en­tregado armas de los arsenales a los obreros decididos a empuñarlas. Siempre evité el derramamiento de sangre, por considerar este hecho un salvajismo inútil y estéril entre hermanos. Los que llegan con sangre, con sangre caen. Su victoria tiene siempre el sello imborrable de la ignominia y por eso los pueblos, tarde o temprano, termi­nan por abominarlos.

Periodista: Se ha publicado que la Alianza Nacionalista constituía una especie de fuerza de choque. ¿Qué hay de cier­to en esto?

Perón: Era un partido político como los demás, com­bativo y audaz, compuesto de hombres jóvenes y patrio­tas decididos. Eso es todo. El odio a esa agrupación po­lítica no difiere del odio que esta gente ha demostrado voluntad criminal, busca la ocasión de manifestarse. La ma­sacre de la Alianza es el producto de un estado de ánimo, una ocasión.

Periodista: Exactamente a las 8 de la mañana del martes 20 de setiembre buscó usted refugio en la embajada del Pa­raguay. ¿Es verdad que usted pasó la noche anterior y toda la madrugada del 20 en la residencia presidencial?

Perón: Exacto.

Periodista: ¿Considera usted que, en la actual situación política argentina, el partido peronista podrá desarrollar ac­tividades? ¿Cree que la C.G.T. mantendrá su actual estruc­tura y organización? ¿Qué opina de la orientación futura de los sindicatos obreros?

Perón: El partido peronista tiene a todos sus dirigen­tes presos o exilados. En esta forma, está proscripto. La masa sigue firme y difícilmente podrá nadie conmoverla.

Periodista: ¿Qué planes tiene usted para el futuro? ¿Es verdad que proyecta ir a Europa para radicarse temporalmen­te en España, Italia o Suiza? Si es así, ¿cuándo proyecta via­jar a Europa?

Perón: Permaneceré en Paraguay, primero porque amo profundamente a este pueblo humilde, pero digno, com­puesto de hombres libres y leales hasta el sacrificio; se­gundo, porque entre mis honores insignes tengo el de ser ciudadano y general del Paraguay; tercero porque me gus­ta. A Europa no pienso ir, porque no es necesario y por­que no tengo dinero suficiente para hacer de turista en estos momentos, a pesar de la riqueza que me atribuyen mis detractores ocasionales.

Periodista: Lógicamente hay gran expectativa por sus fu­ras actividades. ¿Piensa permanecer frente a la jefatura del partido?

Perón: Dicen que un día que el diablo andaba en la calle se desencadenó una tremenda tormenta. No encon­trando nada abierto en qué guarecerse, se metió en una iglesia que tenía la puerta entornada, y dicen que el diablo mientras estuvo en la iglesia, se portó bien. Yo haré como el diablo. Mientras esté en el Paraguay, honraré su noble hospitalidad. Si algún día se me ocurriera volver a la política, me iría a mí país y allí actuaría. Hacer desde aquí lo que no fuera capaz de hacer allí, no es noble ni peronista. El partido peronista tiene grandes dirigentes y una juventud pujante y emprendedora, sea de hombres o mujeres. Han "desensillado hasta que aclare". Tengo profunda fe en su destino y deseo que ellos actúen. Ya tiene mayoría de edad. Les dejé una doctrina, una mís­tica, una organización. Ellos esperarán su hora. Hoy im­pera la dictadura y la fuerza. No es nuestra hora. Cuando llegue la contienda de opinión, la fuerza bruta habrá muer­to. Allí será la ocasión de jugar la partida política. Si se nos niega el derecho a intervenir, habrán perdido la batalla definitivamente. Si actuamos, ganaremos siempre por el 70 por ciento de los votos.

Periodista: El gobierno provisional argentino ha hecho de­claraciones diciendo que implantará un régimen de libertad y democracia. ¿Cree usted que todos los partidos, inclusive el peronista, podrán actuar libremente?

Perón: La libertad y la democracia basadas en los ca­ñones y las bombas no me ilusionan, lo mismo que las de­claraciones del gobierno provisional. Conozco demasiado a los gobiernos que no basan su poder en las urnas, sino en las armas. La persecución despiadada y la difamación sis­temáticas no abren buenas perspectivas de pacificación. De modo que creo lo peor. Dios quiera que me equivoque. Ello sólo sería si esta gente cambiara diametralmente, lo que dudo que suceda.

Periodista: ¿Cualquiera otra manifestación que quiera formular?

Perón: Por lo que hemos podido escuchar cuanto sos­tiene el gobierno de facto es falso por su base. No podrán justificar la revolución ante el pueblo. Ya en sus decla­raciones comienzan a confesar ingenuamente que harán lo que nosotros hemos hecho y respetarán nuestras conquis­tas sociales. Si son sinceras, es un reconocimiento táctico; si no, son lo peor. Aún nosotros representamos el gobierno constitucional, elegido en los comicios más puros de la política argentina en toda su historia. Ellos sólo son usurpadores del poder del pueblo. Si llamaran a elecciones libres, como las que aseguramos nosotros, volveríamos a ganar por el 70 por ciento de los votos. ¿Cómo pueden representar a la voluntad popular? Esta revolución, como la de 1930, también septembrina, representa la lucha de la clase parasitaria contra la clase productora. La oligarquía puso el dinero; los curas, la prédica; un sector de las fuerzas armadas, dominado por la ambición, y algunos jefes, pusieron las armas de la república. En el otro bando están los traba­jadores, es decir, el pueblo que sufre y produce. La con­secuencia es una dictadura militar de corte oligarco-cleri­cal. Ya sabemos adónde conduce esta clase de gobierno. Que es democracia y enarbola las banderas de la libertad, sólo al gobierno uruguayo y a sus diarios y radios alqui­lados se les puede ocurrir semejante barbaridad. Si la democracia se hiciera con revoluciones para burlar la vo­luntad soberana del pueblo, yo sería cualquier cosa menos demócrata. El tiempo dará la respuesta a los insensatos que pueden creerlo. Conozco a la gente ambiciosa desde hace muchos años y no he de equivocarme fácilmente en el diagnóstico. Yo hubiera permanecido en Buenos Aires si en mi país existiera una mínima garantía, porque no tengo nada de qué acusarme, pero frente a los hombres que el 16 de junio intentaron asesinar al presidente de la nación mediante un bombardeo aéreo sorpresivo de la casa de gobierno, que fueron capaces de masacrar a cuatrocien­tas personas, bombardeando e incendiando el edificio de la Alianza, donde había numerosas mujeres y niños, ¿qué podemos esperar los argentinos?

En presencia de la vil calumnia, que comienza a ha­cerse presente, como de costumbre desde Montevideo, de­seo aclarar el asunto de mis bienes, para conocimiento del extranjero, porque en mi patria saben bien los argen­tinos cuáles son.

Mis bienes son bien conocidos. Mi sueldo como presi­dente durante mi primer período de gobierno lo doné a la Fundación Eva Perón; los sueldos del segundo período los devolví al Estado. Poseo una casa en Buenos Aires que pertenecía a mi señora y que fue construida antes que fuera elegido por primera vez. Tengo también una quinta en San Vicente, que compré siendo coronel, antes de soñar siquiera que sería presidente constitucional de mi país. Poseo además bienes que por la testamentaría de mi se­ñora me corresponden, y que consisten en los derechos de autor del libro "La razón de mi vida", traducido y publi­cado en numerosos idiomas de todo el mundo, y el legado que Alberto Dodero hizo en su testamento a favor de Eva Perón. Además, numerosos obsequios que el pueblo y mis amigos me hicieron en cantidad que justifica mi reconoci­miento sin límites. El que descubra otro bien, como lo he repetido antes, puede quedarse con él.

No me interesó nunca ni el dinero ni el poder, sino sólo el amor al pueblo humilde, a quien serví con una lealtad que me llevó a realizar cuanto hice.

Con los bienes de mi señora que por derecho sucesorio me corresponden íntegramente, instituí la Fundación Evi­ta, nueva entidad destinada a dar albergue a los estudian­tes pobres que debían estudiar en Buenos Aires.

La mayor parte de los regalos que recibí, los destiné siempre a premios y pruebas deportivas de muchachos po­bres y estudiantes.

En mi testamento lego todos mis bienes a la Fundación Evita, al servicio del pueblo y de los pobres.

Durante diez años he trabajado sin descanso para el pueblo. Si la historia pudiera repetirse, volvería a hacer lo mismo, porque creo que la felicidad del pueblo bien vale el sacrificio de un ciudadano. Mi gran honor, mi gran satisfacción, son el amor del pueblo humilde y el odio de los oligarcas y los capitalistas de mala ley, y también de sus secuaces y personeros, que por ambición al dinero se han puesto a su servicio.

Solo y a mis años, he aprendido el reducido valor que tiene el demasiado dinero. Las investigaciones me tienen sin cuidado, porque si se hacen bien, probarán mi absoluta honradez; si se hacen mal, serán villanas calumnias como las que se lanzan hoy sin investigar nada.

Estoy en paz con mi conciencia, y no me perturban las inconciencias ajenas. No pienso seguir en la política, por­que nunca me interesó hacer el filibustero o el malaba­rista. Para ser elegido presidente constitucional no hice política alguna. Me fueron a buscar; yo no busqué serlo.

Ya he hecho por el pueblo cuanto podía hacer. Recibí una colonia y les devuelvo una patria justa, libre y sobe­rana. Para ello hube de enfrentar la infamia en todas las formas, desde el imperialismo abierto hasta la esclavitud disimulada.

Cuando llegué al gobierno de mi país, había gente que ganaba 20 centavos al día, peones que ganaban 15 pesos al mes. Se asesinaba a mansalva en los ingenios azucare­ros y los yerbatales, con regímenes de trabajo criminales. En un país que poseía 45 millones de vacas, los habitantes se morían de debilidad constitucional. Era un país de to­ros gordos y peones flacos. La previsión social era poco menos que desconocida, y las jubilaciones insignificantes cubrían sólo a los empleados públicos y a los oficiales de las fuerzas armadas.

Instituímos jubilaciones para todos los que trabajan, incluso para los patrones. Creamos pensiones de vejez e invalidez, desterrando del país el triste espectáculo de la miseria en medio de la abundancia.

Legalizamos la existencia de la organización sindical, declarada asociación ilícita por la justicia argentina, y pro­movimos la formación de la C.G.T. con seis millones de afiliados cotizantes. Posibilitamos la educación y la ins­trucción absolutamente gratuita para todos los que qui­sieran estudiar, sin distinción de clase, credo o religión, y sólo en ocho años construímos 8.000 escuelas en todos los tipos.

Grandes diques con usinas aumentaron el patrimonio del agro argentino. Más de 35.000 obras públicas fueron terminadas solamente con el esfuerzo del primer plan quinquenal, entre ellos el gasoducto de 1.800 kilómetros, el aeropuerto Pistarini, la refinería de petróleo Eva Perón, que querían bombardear los rebeldes a pesar de costar 400 millones de dólares y diez años de trabajo, la explo­tación carbonífera de Río Turbio y su ferrocarril, más de veinte grandes usinas eléctricas, etc.

Cuando llegué al gobierno ni alfileres se hacían en el país. Lo dejo fabricando camiones, tractores, automóviles, locomotoras, etc. Dejo recuperados los teléfonos, los ferro­carriles y el gas, para que vuelvan a venderlos otra vez. Les dejo una marina mercante, una flota aérea, etc. ¿A qué seguir? Esto lo saben mejor que yo todos los argentinos. Ahora espero que el pueblo sepa defender lo conquistado, contra la codicia de los falsos libertadores.

Esta es una prueba de fuego para el pueblo argentino, y deseo que la pase solo, y solo sepa defender el patrimo­nio contra los de afuera y adentro.

Ya tengo bastante con diez años de trabajo, sinsabores, ingratitudes y sacrificios de todo orden. El pueblo conoce a los verdaderos enemigos. Si tan pronto se deja engañar, suya será la culpa, suyo será el castigo.

He dedicado mi vida al país y al pueblo. Tengo dere­cho a mi vejez. No deseo andar dando lástima, como les sucede a algunos políticos argentinos octogenarios.

Preveo el destino del gobierno de facto. El que llega con sangre, con sangre cae. Esta gente no sólo se ha en­sangrentado sus manos, sino que terminará tiñendo con ella su conciencia.

Acostumbro perdonar a los enemigos y los perdono; pero la historia y el pueblo no perdonan tan fácilmente, y a ellos les encomiendo la justicia, que siempre llega.

No me arrepiento de haber desistido de una lucha que habría ensangrentado y destruido al país. Amo demasiado al pueblo y hemos construido mucho en la patria para no pensar en ambas cosas. Sólo los parásitos son capaces de matar y de destruir lo que no son capaces de crear.

Al gobierno y al pueblo paraguayos, mi gratitud por la conducta que ya les conocemos; los hemos penetrado en la grandeza de su dignidad humilde frente a la soberbia de la insolencia.

En nombre del pueblo humilde de mi patria argentina, que lucha todos los días por su grandeza, presento al pue­blo paraguayo mi desagravio por los actos insólitos pre­senciados durante mi asilo. Algún día el verdadero pue­blo argentino tendrá ocasión de reafirmarme".

Esta entrevista está tomada del APENDICE del libro "Peronismo y Frondizismo" de Enrique Rivera



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