Visiones / Opiniones sobre Eva Duarte de Perón  


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María Eva Duarte de Perón / Evita. Argentina 1919-1952

Así me vieron

Bastaba escribirle una carta a Evita

Si uno tenía algún problema, bastaba escribirle una carta a Evita y esperar tranquilamente la respuesta posi­tiva. En el barrio de Córdoba, donde yo vivía, he visto llegar por correo las muletas para un paralítico; el violín, como una gran golosina, para un niño muy pobre que es­tudiaba conmigo en el Conservatorio; el nombramiento o puesto de trabajo para una maestra recién egresada que quería trabajar.

Era como escribir una carta a los Reyes Magos. Que es como poder soñar y ver que el sueño existe, es tan real como la pobreza, y además hermoso. Una carta en el buzón y ya está: sueño cumplido.

La visión que de ella tenían los descamisados era casi mítica. Una vecina mía, en Córdoba, había sido despedida de su puesto de enfermera por no tener título de tal.

Le ofrecí redactarle una carta para Evita (he escrito muchas para gente analfabeta) y rehusó. Al día siguiente viajó a Buenos Aires con dos hijos pequeños. Al regresar, dos semanas después, me contó que Evita no la recibió enseguida porque estaba en una reunión muy importan­te.

"Es urgente, tengo que verla ahora", le dijo al funcio­nario. El funcionario le dijo que era imposible, que la señora estaba en uno de esos inmensos salones azules o dorados que hay en todos los países para las grandes fiestas, rodeada de embajadores, obispos y otras altas dignidades; comprenda, por favor, señora; usted no puede entrar allí.

EVA PERON ¿Qué no? Allá se fue con los críos, llamando estaba a las puertas del gran salón donde había cestos de flores, violinistas, mujeres altísimas abriendo sus abanicos y unos terribles espejos en todas las paredes. Bedeles, guardaespaldas y edecanes no pudieron con ella, y cuando pudo llegar al centro del salón, rozando los vesti­dos espumosos de las esposas de los embajadores, llamó: ¡Evita! Según el énfasis que la enfermera ponía en sus palabras cuando me lo contaba, Evita le dijo: "Aquí estoy, venga", desde por lo menos un dosel; según el sentido puro de las palabras, Evita estaba simplemente de pie conversando con unos señores y le rogó que se acercara, acarició a los niños y la invitó a una copa. Era blanca, era hermosa -decía la enfermera-, con un collar de perlas y cintura de avispa; y que manos tan blancas, mi Dios, era la cosa más linda y más buena de este mundo.

Evita la llevó aparte y escuchó atenta la exposición de su problema. "A ver, ¿no está aquí el gobernador de Cór­doba?", dijo después. "Sí, señora, en el otro salón".

"Que venga". El gobernador se deshizo en reverencias. Evita, después de contarle lo que pasaba "con esta compañera", le dijo: "Parece que en su provincia, briga­dier, las cosas no van bien'. El gobernador se disculpó como pudo y terminó diciendo que tuviera la seguridad de que al día siguiente podría volver a su puesto de trabajo; esto se arregla ya mismo por teléfono. "Un momento", le dijo Evita. Y a la enfermera: ¿Conoce Buenos Aires?". “Es la primera vez que...". "Entonces volverá a su traba­jo, pero dentro de quince días. Mientras tanto, conocerán Buenos Aires", dijo Evita; y llamó a unos ayudantes para que se hicieran cargo de ella y de los niños. "Quise besar­le la punta del vestido y me dijo que no fuera tonta, que ella era como yo y que no iba a marearse por estar en un salón rodeada de adulones; me abrazó y me besó y es­condió un montón de plata en la ropa de los chicos. Nos pasearon por todo Buenos Aires, conocimos el río de la Plata, que es como el mar, y mire estos zapatos, estos vestidos, estos trajes".

Daniel Moyano (Fragmento de un artículo publicado en la revista LA CALLE N'1 48, Madrid, 20 de enero de 1981)

Artículo aparecido en la obra "Evita. La mujer del siglo" en su fascículo número 3.



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