Los comienzos de Eva Duarte en Buenos Aires


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María Eva Duarte de Perón / Evita. Argentina 1919-1952

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EVA PERON DE JOVEN Cuando Eva llegó a Buenos Aires pasó muy malos momentos pues le resultó difícil encontrar trabajo estable. El trabajo para una actriz de teatro principiante estaba muy mal pagado y realmente Eva pasó muchos días de hambre. Sin embargo, en momentos críticos hubo quien la ayudó y Eva quiso después recompensarlo. La anécdota denominada de "el café con leche" está recogida en varios libros. Hemos seleccionado la que aparece en el libro "Evita Intima" de Vera Pichel.

Miguel Brunetti era periodista de un importante matutino porteño. Por años había estado acreditado en el Departamento de Policía. Tantos, que allí se jubiló. Había asimilado durante todos esos años la jerga medio lunfardesca y el aire entre canchero y bohemio propio de esa época.

Miguel Brunetti paraba todas las noches en un boliche de la calle Maipú esquina Lavalle. Sentado a su mesa, frente a su copa, se juntaba con amigos o bien se quedaba solo viendo pasar la vida por los ventanales.

Así estaba una noche cualquiera, en la que vio a una muchachita flaca, esmirriada, que entró buscando algo en el boliche sin detenerse frente a quienes le ofrecían una copa pensando en un posterior arrime. El periodista la caló al instante.

—Vení, piba, sentáte...

La muchacha, un poco recelosa, se sentó.

—¿Comiste algo, piba?

—No.

—Mozo, traiga un café con leche, con medialunas, manteca y dulce de leche —pidió con tono urgente.

El pedido llegó y la chica se abalanzó sobre ese "completo" que le caía del cielo. Al terminarlo, oyó que le preguntaban:

—¿Querés otro, piba?

—Bueno —fue la respuesta.

Inmediatamente un nuevo pedido al mozo.

—Café con leche, medialunas, manteca y dulce de leche... -que fue devorado con la misma ansiedad.

—Mirá, piba, yo estoy aquí todas las noches. Vení cuando quieras... Siempre tendrás tu café con leche.

—Gracias —contestó ella y se fue.

Siguió yendo en las noches durante un tiempo. A veces, varios días seguidos, otras pegaba algún "faltazo". Siempre el mismo café con leche, con las consabidas medialunas, la manteca y el dulce de leche. Así se hicieron amigos.

—¿Conseguiste algún laburo, piba?

Las respuestas eran dispares. Era dura la lucha para quien comenzaba y a veces los sueños se convertían en otras tantas muertes en el alma.

—Algo, pero me prometieron...

Lo de siempre. Promesas que a veces se cumplen, otras muchas que no. La "piba" seguía yendo...

De pronto, no fue más. Miguel Brunetti empezó a extrañar esa compañía en sus horas muertas. Y siguió junto al ventanal con su ginebra, viendo como siempre pasar la vida con sus ojos un poco enturbiados por los años.

Hasta que un día, mejor dicho una noche, y después de largos años, vio detenerse un automóvil en la puerta del boliche y descender de él a una mujer sobriamente vestida de negro. Vio que la mujer daba una indicación de que no la siguieran y, decidida, entró al boliche.

Los ojos de Miguel parpadearon sin poder creerlo. La mujer se acercó a su mesa...

—Hola, piba... Sentáte... ¿Querés un cafecito?

Y mientras el mozo lo traía, siguió preguntando:

—¿Cómo estás, piba?... ¿Cómo te trata tu marido?... ¿Te faja?...

—No, Miguel, es muy bueno. A veces llego como hoy, cuando él se levanta... ¿Sabés para qué vine? Para preguntarte si necesitás algo... Una casa... ¿Te gustaría tener un auto, Miguel?... ¿Querés algo, necesitás algo? Decimelo, que para eso vine...

—No, piba, gracias. No necesito nada. Gracias por haber venido a visitarme. Pero no necesito nada, piba.

Ella insistió, pero él se mantenía en sus trece. Era verdad que vivía en una piecita alquilada en un conventillo de San Telmo. Y que su único contacto con la vida —ya jubilado— seguía siendo esa mesa junto a la ventana.

—No, piba, no necesito nada. Gracias por tu visita...

—Si algún día necesitás algo —le respondió Eva Perón— vení a verme. No hace falta que te anuncies. Yo estoy allí, también junto a una mesa.

Y se levantó. Le dio un beso en la frente y se fue.

Los ojos empañados de Miguel Brunetti siguieron mirándola mientras subía al coche que la esperaba.



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