DOCUMENTOS SOBRE EVA DUARTE DE PERON 


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María Eva Duarte de Perón / Evita. Argentina 1919-1952

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HISTORIAS, ANECDOTAS y TESTIMONIOS 

Evita en el Hogar de Tránsito Nº 2, hoy Museo Evita, Lafinur 2988, Buenos Aires

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De Carlos Pascual Mastrorilli, sociólogo, docente y escritor, en el libro titulado Peronismo: de la reforma a la revolución, de Norberto Ceresole, Miguel Gazzera y Carlos Mastrorilli, editorial Peña Lillo, Buenos Aires, 194 páginas, año 1972:

Una opinión vulgarizada quiere levantar una pretendida identidad o continuidad histórica a través de tres liderazgos de índole carismática y signados por una ideología populista, nacionalista y antiimperialista. La tan mentada línea histórica de Juan Manuel de Rosas, Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón.

El único que soporta el intento de ser comprendido en parte a través de una esfera de legitimidad carismática es Perón. Los motivos de esta afirmación son:

a ) Perón no alcanzó a sustituir una legitimidad legal por otra y en esa medida su carisma originario se prolonga a su praxis gobernante y perduró a través de la resistencia.

b ) La polarización primigenia del peronismo " pueblo - antipueblo " configura una postulación nacional - populista determinada únicamente por la adhesión al líder.

c ) obtuvo para sí y para Evita una esfera de sacralidad suficiente como para neutralizar todo intento de absorción por parte de la legalidad.

d ) el peronismo no logra plasmar una contraideología totalizadora y, en esa medida y por razón de su policlasismo, la perduración del carisma es factor inamovible para la unidad del movimiento.

El carisma, desmenuzado analíticamente, no es otra cosa que la acumulación inducida de un individuo de una carga no común de valores objetivados, con vigencia en el entorno social y económico. El líder debe ser lo suficientemente extraordinario como persona humana para poder soportar - sin perder coherencia - el tremendo peso de ser portador de anhelos, deseos frustrados, esperanzas, creencias, odios, prejuicios y entusiasmos de todo un pueblo. Como síntesis de todo ello, como imán capaz de concentrar en sí todo lo que el pueblo quiere y confiesa o mantiene en secreto, el individuo carismático debe representar con su cuerpo, con su voz y sus ademanes esa sobrenaturalidad social que consiste en ser el núcleo unívoco del pueblo y demostrarlo intensa y constantemente.

El carisma provoca devoción personal. El profeta, el héroe guerrero o el gran demagogo son sus personificaciones más acabadas. En nuestro ámbito es el caudillo el depositario del carisma.

El carisma tiene límites psicológicos y biológicos en cuanto concentra la explicación del mando en uno elegido entre todos. La elección no es plebiscitaria sino producto del hado oscuro que en el mundo de la masividad entresaca al hombre que reúne en sí los poderes naturales que se requieren para percibir con mayor acucia que ningún otro, los deseos no expresados de la masa y para que la promesa de cumplir con esos deseos sea creída unánimemente.

Entre Perón y el líder carismático que surge en el seno de una sociedad altamente desarrollada, hay diferencias esenciales que deben puntualizarse con la mayor exactitud. En primer lugar en la Argentina de 1945 no había ningún factor del polo hegemónico dispuesto a o en condiciones de pagar el costo de organización y de comunicación que requiere todo liderazgo en una sociedad de masas. El polo hegemónico, según su ordenación de 1945, confiaba exclusivamente en la vía consensual, partidocrática para continuar con su proyecto que, progresivamente, iría rotando la orientación de su dependencia hacia los EE.UU.

Por ello es que en la Argentina de 1945 puede hablarse sin error de una construcción social, popular del líder. Es este un proceso de edificación política a partir de la persona de un coronel de Ejército, por un pueblo que acababa de fundirse cultural y antropológicamente en la década de 1930 en la que es posible encontrar los materiales con que se construyó la Argentina moderna.

En esa Argentina de transición, el Ejército constituía el núcleo más dinámico de la sociedad bajo una ideología nacionalista - burguesa. Los contradictorios procesos de industrialización habíanse expandido inmediatamente antes y durante la Segunda Guerra Mundial por causa del forzoso aislamiento impuesto por la contienda. Junto a los sectores de la UIA ( Unión Industrial Argentina ) se había ido formando una masa de pequeños y medianos industriales que sin mayor orden iniciaban el proceso de sustitución de importaciones y conferían cierto dinamismo a los procesos de urbanización y de migraciones internas. Estos procesos favorecieron el florecimiento del nacionalismo burgués en el Ejército durante el fin de la década del 30 y comienzos de la del 40. Si bien no puede decirse que el G.O.U. tuviera claramente diseñada una alternativa respecto de la crisis que se avecinaba, es evidente que se sentía impulsado a tomar muy en cuenta la cuestión industrial y a vincularla directamente con la situación del Ejército. En la medida en que los oficiales del G.O.U. identificaban industrialización de base con soberanía y seguridad nacional, se ven movidos a impugnar el proyecto británico y a observar con admiración los rápidos procesos de desarrollo que tienen lugar en Italia y en Alemania. Esta debería ser el apoyo exterior que aportaría el capital y la tecnología suficiente para revertir la tradicional estructura económica agroexportadora. Pero en realidad la revolución de 1943, que hubiera sido la que debió intentar la apertura industrialista sobre la base de un capitalismo de Estado aparece tardíamente cuando Alemania ya había comenzado a perder la guerra.

El Ejército, imbuido de una mentalidad industrialista e influido por el éxito del desarrollo acelerado obtenido bajo regímenes fascistas, introducía una nueva contradicción dentro del sistema de poder dependiente.

El mayor dinamismo relativo del Ejército deriva de su alto grado de cohesión, centralización y verticalidad burocrática que contrastaba con el resto de los grupos sociales enteramente disociados o con una excesiva dependencia de centros de poder ubicados en el extranjero y por ello, con una merma en su capacidad organizativa y comunicativa. La clase obrera había hecho su experiencia histórica a través de los avatares de su lucha contra una burguesía alienada, débil, contradictoria, que de ninguna manera merece el calificativo de nacional. Ello nos permite concluir que en tanto el movimiento obrero no admitiera que la contradicción principal estaba entre los países ricos y los países pobres - y no en la lucha interna de clases - sus reivindicaciones no podían superar el techo de un módico reformismo.

En el Ejército la guerra había despertado una gran preocupación por los problemas derivados de la seguridad nacional: autoabastecimiento energético y de combustibles; infraestructura industrial para el armamento bélico, etc. De ahí que la conclusión fuera el intento de una alianza con ciertos sectores del empresariado argentino - ala liberal - o de instaurar un capitalismo de Estado capaz de centralizar la planificación para la gran industria. El Ejército, en ambos casos, tenía algo que ofrecer frente al confuso panorama social del país: nacionalismo económico, apoyo a la industria nacional, garantías contra el caos que podría derivar de la sustitución de los imperialismos en la Argentina.

El entonces coronel Perón simbolizaba con exactitud al tipo de militar joven y dinámico que reclamó para el Ejército la conducción del proceso de cambio hacia una sociedad moderna. El Ejército lo colocó en un puesto clave dentro de la administración burocrática del Estado al confiarle el manejo de la cuestión obrera de la que evidentemente las Fuerzas Armadas esperaban conflictos de cierta magnitud. En este primer momento el costo político lo paga el Ejército que se consideraba capacitado para sustituir en gran parte la falta de un empresariado " schumpeteriano " en el país. Una vez puesto en marcha el mecanismo, los sindicatos - que gozan de un aparato comunicativo capaz de funcionar en una sociedad ya masificada - se suman a la empresa en la medida en que Perón obtiene progresivamente la sustitución de las burocracias sindicales de la vieja clase obrera por hombres nuevos, generalmente provenientes de los más recientes procesos de urbanización y migraciones internas.

Pero el Ejército no contó con que la larga frustración política del pueblo iba a producir un fenómeno no querido ni buscado por los mandos militares que hacen el 43. La irrupción obrera generada por Perón iba, a poco de andar, a quitarle al Ejército el poder de decisión sobre la política nacional y a generar un liderazgo que comienza a gozar de una relativa independencia respecto de los factores de poder en juego. El 17 de octubre de 1945 el pueblo construyó su lider - podríamos decir - con los materiales proporcionados por el Ejército en la persona de un jefe militar que se lanzó a la acción política bajo una cobertura ideológica nacionalista - burguesa.

La clase obrera acepta construir su líder - su salida política - con esos materiales. Su incoherencia organizativa y su escasa claridad contrastaban con la apetencia de reformular los términos de su participación en el poder y la riqueza de la Nación. Máxime cuando sus dirigentes socialistas y comunistas profesaban una mentalidad colonial en acentuada consonancia con la alienación cultural global del sistema. Como sector menos dinámico y más invertebrado acepta la propuesta modificada del Ejército. Como conglomerado masivo con difusas apetencias políticas, construye un líder y le entrega su caudal de energía política.

Debemos recordar cuál era la opción que el sistema de poder dependiente proponía al país. Coherente con la sistematicidad de la dependencia, prefirió dar la batalla en el plano político - electoral donde las mayores cartas del triunfo eran, en principio, suyas. El control de las radios y la prensa; la adhesión total de la universidad y de la inteligencia; el peso económico de la oligarquía rural; la existencia de sindicatos reformistas que se jugaron tras el " antifascismo " respecto de la opción populista; el apoyo de la UIA y fundamentalmente el saberse heredero de los triunfos aliados en la Segunda Guerra Mundial, le daban al sistema máximas garantías de éxito frente a un adversario que representaba, según él, a la causa del fascismo ya difunto militarmente y que sólo era apoyado por el subproletariado y sectores cuasi marginales de la sociedad.

El peronismo, como movimiento nacional en ciernes, con sus heterogéneas apoyaturas circunstanciales provenientes de sectores de dudosa legitimación dentro de su contexto de procedencia, consigue no obstante, una ventaja decisiva: alcanza a politizar la cotidianeidad de un vasto sector de la sociedad y moviliza casi espontáneamente a todos los que tenían algún reclamo que hacer al sistema, desgastado tras una larga década de fraude electoral.

El gobierno de Perón - líder es legítimo en su origen porque su triunfo electoral se formaliza conforme a las normas básicas del sistema dentro del cual se inscribe. Esa legalidad, apenas rozada por la Constitución de 1949, es la prisión dentro de la que se mueve la praxis gubernativa del peronismo. Pero fuera del aparato del Estado - que sigue siendo el Estado de derecho liberal - burgués - se instala una legitimidad de indudable matiz carismático que abarca a Perón y a Evita y les otorga una fuente de ligitimación y poderío incalculablemente más vital y rica que las meras cifras electorales.

En la masa del pueblo comienza a desarrollarse con ímpetu y velocidad extraordinarios, un sentimiento de adhesión personal al liderazgo de Perón y de Evita que pasa por encima de las débiles estructuras partidarias e incluso de la centralizada y burocratizada CGT ( Confederación General del Trabajo ). Un fenómeno de transferencia política de la máxima importancia ocurre cuando el pueblo vuelca en Perón y en Evita algo así como su apetencia de liberación respecto de las formas burocráticas - administrativas propias del Estado de derecho liberal - burgués.

Perón obtiene así un doble vínculo: la legalidad de origen y la sacralidad nacida de la dinámica carismática. Entre ambos extremos Perón - gobierno oscila constantemente. Cuando en 1955 se quiebra la legalidad por parte de los sectores del polo hegemónico que confiaron históricamente en ella cobra su más intensa expresión la personalidad carismática del líder, capaz de influir decisivamente en su Movimiento a través del impulso que su nombre suscita. Sólo cuando el carisma se aísla de la legalidad, cuando el peronismo es perseguido y mutilado por la acción represiva del sistema, se revela en toda su magnitud la índole de la relación líder - pueblo.

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Del Cnel. ( R ) Horacio Ballester, militar retirado, en el libro Memorias de un coronel democrático - Medio siglo de historia política en la óptica de un militar, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 153 páginas, año 1996:

El triunfo de la autodenominada " Revolución Libertadora " en septiembre de 1955 fue acompañado por un fuerte macartismo, una verdadera " caza de brujas " contra el peronismo, especialmente a partir de la caída del general Lonardi y su reemplazo por el general Aramburu, utilizando incluso la delación tan criticada a los peronistas, acción siempre deleznable cualquiera sea el fin para el que sea utilizada.

Al producirse la rebelión de septiembre de 1955, todos los alumnos del curso de Estado Mayor de la Escuela Superior de Guerra estábamos presentes en el aula, tal como había ocurrido también durante la rebelión encabezada por la Marina en el mes de junio y en los días transcurridos hasta la definitiva caída del general Perón; ninguno tampoco fue procesado, acusado o sospechado de ser un revolucionario aunque sólo fuese potencial ( tal vez lo fuera en el más absoluto secreto y en lo más profundo de su corazón ). Puede ser que hayan estado en infinitas conspiraciones, pero lo cierto del caso es que cuando llegó el momento de la acción ¡ no hicieron nada !

Sin embargo, apenas triunfó la Revolución, apareció en el curso un grupo de revolucionarios ( " gente de confianza " como ellos se autotitulaban ), que pasaron a ocupar cargos gubernamentales relativamente importantes ( no olvidar que éramos solamente capitanes en el 2º año en el grado ) y pasaron a ser los " depuradores ideológicos ) de sus compañeros de curso.

El resto fuimos divididos en dos grandes grupos, uno de ellos ( creo que en un total de ocho alumnos ) fueron separados de inmediato de la Escuela Superior de Guerra por su " evidente " concomitancia con el régimen peronista y los demás quedamos en observación y análisis.

La " gente de confianza " se reunió varias veces para analizar el comportamiento de todos y de cada uno de quienes no formábamos parte de ese grupo de provilegiados. Es muy posible que también se hayan cuidado mucho de ocultar su propio pasado y/o sus entonces actuales inoperancias, para evitar caer ellos mismos víctimas del macartismo que estaban practicando.

De los ochos separados de inmediato de la Escuela, la mayor parte fue pasada a retiro obligatorio, otros pocos pudieron continuar su carrera pero " ya marcados " de manera que no llegaron a progresar demasiado. Uno sólo de ellos pudo continuar sin problemas: meses después le otorgaron el título de " Oficial de Estado Mayor " y posteriormente hasta alcanzó el grado de general ( Acdel Edgardo Vilas ).

Los " depuradores " también se cobraron la arenga - según ellos despectiva - que había lanzado nuestro jefe en curso, el coronel Oscar Gómez García, al comprobar que éramos los únicos con asistencia perfecta el día en que se lanzó la " Revolución Libertadora ". El brillante coronel pasó a retiro obligatorio.

En mi caso particular y dada mi pública simpatía por el peronismo y mi indignación por el bombardeo a la Plaza de Mayo del 16 de junio, fui considerado para baja, retiro obligatorio, o, por lo menos, para negarme el título de " Oficial de Estado Mayor ". Al final, como nunca le había hecho daño a nadie ( por el contrario, había ayudado a más de uno ) y no había recibido ninguna prebenda, me consideraron " joven y recuperable " ( era capitán, tenía 28 años, y estaba listo para terminar la Escuela Superior de Guerra con orden de mérito once entre treinta y cinco ).

Lo que ocurrió en la Escuela Superior de Guerra se repitió por supuesto en todas las unidades, comandos y organismos del país.

Allí aprendí - lamentablemente - que para progresar en la carrera no bastaba con ser un buen militar, había también que dedicar un tiempo considerable a las actividades políticas; de lo contrario, en cualquier esquina del destino estaba la baja, la cárcel, la muerte, el retiro obligatorio o - como mínimo - un pase a un destino inhóspito de frontera si uno tenía la suerte de ser considerado " joven y recuperable " por la dictadura de turno.

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De Diego Arguindeguy, Mónica Deleis y Ricardo De Titto, escritores e historiadores, coautores de Mujeres de la política argentina, con prólogo de María Sáenz Quesada, editorial Aguilar, 496 páginas, año 2001:

La brevedad de la vida política de María Eva Duarte de Perón es parte inseparable del mito en que llegó a constituirse. Aún hoy es quizá la única mujer que integra la corta lista de figuras emblemáticas, mundialmente conocidas, de la Argentina. Nadie trabajó tanto para que así fuera como la propia Evita, que rechazó el papel de " gran mujer detrás de un gran hombre ", para ocupar el centro del escenario en gran parte de esos seis agitados años que van de 1946 a 1952.

Su protagonismo en el primer gobierno justicialista impulsó, como pocos otros fenómenos, el interés y la participación política de las mujeres argentinas, alcanzando a sectores sociales y culturales que, en las décadas previas, habían estado prácticamente al margen de los aires de cambio producidos por la crisis de los años treinta y la Segunda Guerra Mundial. No es casual que, tanto para la derecha como para la izquierda del peronismo, Eva Perón se convirtiese en la representación misma de la militancia. Tampoco lo es que sobre ella se concentrasen los amores y odios que dividieron a la Argentina. Como toda figura mítica, la de Evita generó pasiones, polémicas, tergiversaciones y constantes revisiones, hasta alcanzar una perdurabilidad que nadie hubiese imaginado en 1946. Nadie, salvó quizá la propia Eva.

Se valoró en ella a una mujer que ganó por tenacidad y capacidad un incomparable apoyo y fervor popular. Para muchas militantes de los años sesenta, era la demostración de que la política no es sólo " cosa de hombres ".

Esa permanencia como mito político explica su conversión en ícono cultural. Ya en la Argentina de los años sesenta, junto con su efigie como símbolo del peronismo, la figura de Evita fue motivo de debate intelectual, personaje de ficciones literarias y hasta tema de experimentos teatrales. Luego, en el exterior, despojada en gran medida de su significación política, fue convertrida en heroína trágica. Su vida difícil y a pasionada, su muerte en pleno apogeo y juventud, su supervivencia en el amor y en odio de los habitantes de todo un país - incluso de aquellos que no la habían conocido en vida -, eran rasgos ideales para una heroína. La literatura, el teatro y el cine trataron de sacar partido - no siempre el mejor - de esas características, convirtiéndola en un ícono del espectáculo.

Así, Evita alcanzó una perdurabilidad como imagen emblemática que muy pocas personas han obtenido en tiempos modernos. A la larga, al acallarse los fervores y enconos, incluso muchas políticas ajenas al peronismo hoy rescatan su carácter de mujer batalladora, dirigente por peso propio en un ámbito hegemonizado por figuras masculinas.

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De Andrea Giunta, profesora de Arte Latinoamericano y de Historia del Arte, doctora en Filosofía y Letras, escritora, en el capítulo VII, Las batallas de la vanguardia entre el peronismo y el desarrollismo, del libro Nueva Historia Argentina - Arte, Sociedad y Política, Tomo 2, con dirección del Prof. José Emilio Burucúa, editorial Sudamericana S.A., Buenos Aires, con ilustraciones y fotografías, 320 páginas, año 1999:

Si hay algo que los sectores de la plástica erudita reprocharon al peronismo fue su aislamiento cultural. Sin embargo, pese al corte de relaciones que habían impuesto la guerra y la posguerra y a la limitada circulación de exposiciones internacionales, las salas del Museo Nacional de Bellas Artes albergarían en esos años tres exhibiciones significativas: la de las acuarelas norteamericanas ( 1946 ), la de arte francés ( De Manet a nuestros días, 1949 ) y la de arte español ( Exposición de arte español contemporáneo, 1947 ). Tres exposiciones que, comparativamente, permitían confirmar que el arte avanzado, aquel que representaba las fuerzas del " progreso " cultural en Occidente, todavía se encontraba en París.

Aun cuando es cierto que las instituciones oficiales no tuvieron una destacada actividad en estos años, sí hubo iniciativas privadas orientadas a acoger, principalmente, aquellas expresiones del arte abstracto que tanto irritaban al Dr. Oscar Ivanissevich, ministro de Educación. En 1949 se inaugura la sede del Instituto de Arte Moderno en Buenos Aires con una exposición cuyo título, Arte abstracto, era casi una afrenta. Organizada por el crítico belga residente en Francia León Degand, esta muestra, con la que se había inaugurado poco antes el Museo de Arte Moderno de la ciudad de San Pablo, se presentó en Buenos Aires sin el poder disruptor y de avanzada que había portado en el ambiente paulista. Para la escena argentina, donde las exposiciones de arte abstracto eran recurrentes, y donde existía una sólida producción que había dado lugar a radicalizados debates y a teorías específicas, la obra abstracta que aquí se presentaba  -  de Magnelli, Léger, Van de Velde, Herbin, Villon, entre otros  -  no era, en modo alguno, materia de polémica o de renovación. Sin embargo, lo que la creación de un espacio destinado a la exhibición del arte moderno sí manifestaba, era la necesidad de comenzar a establecer un circuito de instituciones privadas que todavía no existían en los espacios oficiales. Hasta 1956 Buenos Aires carece de un Museo de Arte Moderno que respalde, desde las instituciones, la idea de progreso y los proyectos de renovación.

Esta relación cambiante con el arte en general y con el arte abstracto en particular, atraviesa el proceso de recepción de dos representaciones de Eva realizadas entre 1950 y 1952, años en los que cristalizan los rituales peronistas y en los que las figuras de Evita y Perón pasan a ocupar el centro de los actos oficiales. En el conjunto de imágenes que tomaron parte del culto de Evita, aquellas producidas dentro del terreno del arte estuvieron atravesadas por diversos conflictos. Aproximadamente en 1950, Numa Ayrinhac realiza un retrato de Eva que fue utilizado en la tapa del libro La razón de mi vida, publicado por editorial Peuser en septiembre de 1951. Esta imagen de Eva, en la que aparecía sonriente y cargada de optimismo, liderando con su figura un paisaje que se extendía entre la pampa y la cordillera, transmitía una versión muy diferente de aquella que diariamente conocía la población que seguía el progresivo deterioro de salud de quien pronto sería declarada " Jefa Espiritual de la Nación ". Esta representación de Eva Perón se desparramó por el mundo acompañando las traducciones de su libro  -  al italiano, al inglés, al francés, al japonés, al Braile  -, los sellos postales adheridos a miles de cartas y también, casi inmediatamente, se incorporó a los actos políticos previos a las elecciones del 11 de noviembre de 1951, en los que el pueblo la llevó como estandarte.

Es en este momento, central en el proceso de " canonización " de su imagen cuando Ignacio Pirovano, director entonces del Museo Nacional de Arte Decorativo, propone que Sesostris Vitullo realice un monumento de Eva Perón. El escultor, que desde 1925 residía en París, y para quien Pirovano había logrado una exposición retrospectiva en el Museo Nacional de Arte Moderno de esta misma ciudad, parecía ser el artista perfecto para cincelar la imagen de Evita. Pero Sesostris Vitullo no era un retratista. Su propuesta estética pretendía sacar a sus temas del terreno de lo descriptivo y este programa no era, obviamente, el más apropiado para atrapar miméticamente los rasgos y los gestos de Eva. Después de pedirle información sobre ella, de quien necesitaba conocer algo más, le escribe: " He comprendido todo. Eva Perón. Arquetipo Símbolo. Libertadora de las razas oprimidas de América. La veo como un mascarón de proa rodeada de laureles ". Pero ese rostro poco personalizado, que parecía representar más a una amazona sumergida en una mata de vegetación que a la popularizada imagen de Evita, no pudo ser aceptado por las miradas oficiales. Vitullo la lleva a la embajada argentina en París que, junto con la Dirección de Asuntos Culturales de Relaciones Exteriores de Francia, auspiciaba su exposición y de aquí fue retirada antes de exponerse en la retrospectiva.

Que el arte abstracto se mostrara en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires no implicaba que el rostro de Eva pudiese ser sometido a un tratamiento abstractizante. La imagen realizada por Vitullo molestaba por lo distante que estaba de su modelo; tal era esa distancia que sólo el título y la inscripción grabada en una de sus caras permitían identificarla: " Yo seguiré para mi pueblo y para Perón desde la tierra o el cielo. Evita" . Son éstas las marcas que en un acto cuyos autores no se conocen, fueron eliminadas de la piedra. Sumida en el anonimato, la escultura de Eva despareció transitoriamente de la escena pero no logró, nunca, diluir a su autor. Un extraño intercambio existió entre ambos, ya que sólo en los noventa, debido a la avalancha comercial que se apoderó de la figura de Evita, ambos lograron reinscribir su propio nombre en el bloque de la piedra: Eva al rebautizarlo y Vitullo al lograr, por la fuerza de su nombre, una retrospectiva que lo reinstaló en el espacio artístico argentino en 1997. Mientras el retrato de Evita pintado por Ayrinhac cayó en la redada que destruyó sus imágenes durante la " Revolución Libertadora ", sus reproducciones se apropiaron de la memoria de su rostro a tal punto, que aún hoy forma parte del repertorio central que se utiliza para su representación.

  Nota:

Para conocer más sobre Sesostris Vitullo y la obra de este escultor, usar, por favor, el navegador mozilla firefox y clickear aquí

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Del Dr. Hernán Andrés Kruse, licenciado en Ciencias Políticas, docente en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario, escritor:

Hablar de Evita es hablar del peronismo, de ese fenomenal movimiento de masas que cambió para siempre a la Argentina partir del 17 de octubre de 1945. Mucho se ha escrito sobre esta cuestión. Evita y el peronismo constituyen un fascinante tema para investigar, desmenuzar y teorizar, no sólo para nosotros sino también para los extranjeros. Quien haya tenido la oportunidad de dialogar sobre Evita y el peronismo con profesores de historia, ciencia política y sociología de Estados Unidos, por ejemplo, se habrá percatado de que para el mundo académico norteamericano Evita y el peronismo constituyen un fenómeno inédito en la historia del hombre.

Evita y el peronismo fueron, a mi entender, el producto de la concepción política enarbolada por la Generación del 80, sustentada esencialmente en el principio de la democracia restringida. La oligarquía terrateniente despreciaba a las masas, desconfiaba de ellas, la veía como un peligro para sus intereses. Durante décadas se valió del Ejército para reprimir todo intento de rebelión popular y del sistema normativo ( la ley de residencia, por ejemplo ).

La clase trabajadora no existía para la oligarquía hasta que en el mencionado 17 de octubre de 1945 se produjo un fenómeno que haría temblar al sistema de dominación: la irrupción de la clase trabajadora en el escenario político de la mano de Perón, acompañado luego por Evita.

Perón y, fundamentalmente, Evita, simbolizaron la rebelión de los eternamente postergados, ignorados, explotados. El peronismo fue desde el principio un incontenible tsunami de emociones, revanchismos e ilusiones. Por fin la clase trabajadora sentía que el poder la tenía en cuenta.

Evita, más que Perón, reflejó de manera descarnada ese resentimiento anidado en el espíritu de la clase trabajadora, alimentado por un orden conservador prepotente y despiadado. La clase trabajadora se sentía en el paraíso.

Evita y el peronismo lo habían hecho posible.

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Textos cortesía de Carlos Vitola Palermo de Rosario, Santa Fe, República Argentina.

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