Visiones / Opiniones sobre Juan Domingo Perón


Eva Ibarguren EVA IBARGUREN EVA DUARTE EVA PERON EVA PERON EVA PERON EVA PERON

María Eva Duarte de Perón / Evita. Argentina 1919-1952

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Juan Domingo Perón en la Enciclopedia Nueva Larousse

Presentamos aquí la visión de Juan Domingo Perón, si lo miramos en la Enciclopedia Nueva Larousse de Plaza & Janes Editores. Barcelona 1981.

Juan Domingo Perón

Militar, político y estadista argentino (Lobos 1895-Buenos Aires 1974).

el “Coronel del Pueblo”

Hacia 1940 se formó una logia militar secreta llamada GOU (Grupo de Oficia­les Unidos). Al estilo de las viejas logias independentistas, buscaba agrupar a los oficiales que coincidían en la necesidad de adoptar determinado tipo de medidas para lograr el desarrollo económico y la estabilidad social de la Argentina. Aquellos militares ponían énfasis en los efectos distorsionadores del capital extranjero en la economía nacional, y bregaban por un desarrollo capitalista autónomo, basado en la consolidación de la burguesía nacional y el desarrollo de la clase obrera argentina. Al mismo tiempo anticomunista y antinorteamericano, el GOU, en los años de la Segunda Guerra Mundial definió simpatías pro nazis y bregó por la neutralidad argentina en el conflicto.

De entre estos militares destacó rápidamente la figura de Juan Domingo Perón. Su cultura política, su verbo fácil, su extraordinaria simpatía perso­nal y su lenguaje chauvinista y patrio­tero le hicieron ganar enorme prestigio entre algunos grupos de militares jóve­nes, que comenzaron ya a mirarlo como un líder; pero le granjearon la antipatía y la desconfianza de los altos mandos, que veían con malos ojos las veleidades caudillescas del joven coronel y le acu­saban tanto de extremismo pro nazi como de simpatías izquierdistas.

En 1943, la confusa situación del país culminó con un golpe militar encabeza­do por el general Edelmiro Farrell. Este golpe estaba apoyado por el GOU y pronto se le identificó como ultradere­chista pro Eje. Pero la figura clave del pronunciamiento, el coronel Perón, era un hombre demasiado complejo como para admitir cualquier encasillamiento. Nombrado primero presidente del De­partamento Nacional del Trabajo, y más tarde ministro de la Guerra y vice­presidente de la república, Perón, ac­tuando con mucha independencia, co­menzó a aplicar una línea reformista, en el plano social, que le llevó a ganar rápidamente la simpatía de las masas, un nombre y un prestigio propios y mu­chos enemigos.

El vicepresidente de la república usaba un lenguaje insólito entre los mili­tares argentinos: atacaba violentamente la “oligarquía ganadera y rural”, como causante de las desigualdades sociales y responsable del atraso económico del país; se pronunciaba en contra del “im­perialismo”, y denunciaba las presiones del capital internacional para evitar la adopción de una política económica nacionalista; hablaba de la importancia de la clase obrera, y manejaba, en forma aparentemente paradójica, térmi­nos propios de la ultraderecha, como los ataques a la “sinarquía”, término por el que identificaba a los capitalistas judíos. Pero esta verbosidad estaba acompañada de medidas concretas que, efectivamente, afectaban los intereses de las clases dominantes del país y de los inversores extranjeros, mientras favore­cían a los trabajadores: leyes contra el despido, limitación de la jornada laboral, jubilaciones. Desde su alto car­go, Perón fomentó la organización de la clase obrera y apoyó la formación de la CGT (Confederación General del Tra­bajo), central única que se convertiría muy pronto en un elemento decisivo de la vida nacional.

Las reacciones frente a esta política no se hicieron esperar: Estados Uni­dos rompió relaciones con Argentina (1944), países como Gran Bretaña no reconocían al gobierno, y la derecha li­beral del país atacaba a Perón acusán­dolo de totalitario. Curiosamente, la izquierda clásica -el Partido Comunis­ta, el poderoso Partido Socialista- coreaba estas definiciones, poniendo énfasis en el pro nazismo de Perón; en cambio, las masas trabajadoras se defi­nían cada vez más como “peronistas”.

Pronto demostraría el coronel Perón que era un político tan fino y hábil como el que más; ante la derrota inmi­nente del Eje, el gobierno argentino marcó distancias con sus antiguos amores y terminó declarando la guerra a Alemania, al igual que casi todos los países, americanos. Todavía Argenti­na fue excluida de la Conferencia Interamericana de México, pero fue lue­go admitida en la Conferencia de las Naciones Unidas de San Francisco (1945), mientras Estados Unidos reanu­daban sus relaciones diplomáticas con el régimen militar. La diplomacia pero­nista obtenía resultados en el campo internacional. Por otra parte, y en la medida en que crecía la oposición cas­trense a Perón, éste iba liberando la mano política, permitiendo la recons­trucción de los partidos políticos y promoviendo una apertura democrática en la que su prestigio entre las masas se hiciera notar.

El 9 de octubre de 1945, un golpe in­terno, encabezado por un grupo de ofi­ciales pro norteamericanos, forzó al presidente Farrell a destituir a Perón y a confinarlo en prisión. Pero el pueblo de Buenos Aires, al enterarse de este he­cho, se lanzó a la calle, y se sucedieron las manifestaciones violentas que recla­maban la vuelta de Perón. Finalmente, el 17 de octubre de 1945, los traba­jadores peronistas (los “descamisados”, que decía Eva Duarte) marcharon concentrándose en la Plaza de Mayo de Buenos Aires en número incalculable, a quien le ofreció formar gobierno. El líder, sabiéndose fuerte, exigió la deposi­ción de sus enemigos. Se formará enton­ces un nuevo gobierno, siempre presi­dido por Farrell, que autorizó el funcio­namiento de los partidos políticos y convocó elecciones. El peronismo había triunfado, y el “Coronel del Pueblo” se transformaba en el líder popular más importante de la historia de su país.

Perón

la primera presidencia

Las elecciones del 26 de febrero de 1946 se desarrollaron en un clima de gran apasionamiento; la fórmula Tam­borini-Mosca, apoyada por una coali­ción de fuerzas antiperonistas que iban desde los radicales a los comunistas, pasando por los socialistas, tuvo el inoportuno apoyo expreso del embaja­dor norteamericano Braden; entonces el movimiento justicialista, que propug­naba la candidatura de Perón, levantó la consigna “Braden o Perón”, de gran efecto propagandístico. Pese a las gran­des movilizaciones de masas, se pen­saba en general en una victoria de Tamborini; en cambio, Perón fue electo presidente por amplio margen de votos.

La primera presidencia peronista de­finió claramente las aristas de su régi­men, echó luz sobre su proyecto políti­co, definió los campos entre aliados y enemigos y transformó poderosamente Argentina. El peronismo, a través de su política global, apareció como la ex­presión política de un pacto social entre la burguesía nacional en expansión y la clase obrera naciente; un común interés de desarrollo nacional, una común opo­sición a la acción del capital internacio­nal dio coherencia a este pacto. Perón adoptó una política económica fuerte­mente proteccionista y nacional, que pasó por la nacionalización de algunos sectores básicos de la economía (ferro­carriles, teléfonos, algunos bancos, etc.), aunque sin llegar a definir un esquema socializante. Sobrecargó de impuestos la actividad rural, financiando con estos recursos la expansión industrial por medio de un ambicioso plan quinquenal, en el cual la inversión estatal tenía un papel de gran importancia. Esta políti­ca, por supuesto, aumentó su populari­dad entre los obreros y trabajadores urbanos, pero le significó el odio de la vieja oligarquía rural argentina.

Desde el punto de vista social, Perón creó uno de los regímenes legales más favorables al trabajador que se cono­cían en el mundo. La CGT, definida como la “columna vertebral” del movi­miento, agrupó masivamente una enfer­vorizada clase obrera, que aumentaba día a día con la vertiginosa industriali­zación del país; la emigración del campo a la ciudad determinó que Bue­nos Aires se llenara de trabajadores de tipo racial indio, los “cabecitas negras”

Desde el punto de vista político, y bajo formas aparentemente democráti­cas, el peronismo fue una dictadura personalista apoyada en un fuerte res­paldo popular. Los enemigos de derecha e izquierda fueron perseguidos, la pren­sa opositora censurada y silenciada (ex­propiación del periódico derechista La Prensa) y el movimiento intelectual reprimido. Hubo acusaciones de asesi­natos políticos y de práctica de torturas, mientras se iniciaban las primeras mur­muraciones sobre la corrupción del propio Perón y sus prohombres.

En el plano internacional, el peronis­mo siguió una línea de no intervención, neutralista, tercermundista. Fueron notorias sus simpatías por el franquismo en España y por la dictadura del general Stroessner en Paraguay; pero mantuvo asimismo excelentes relaciones con países de otro signo, como México, Brasil y otros.

Las críticas al peronismo arreciaban, pero se estrellaban contra los logros económicos del justicialismo. Sin infla­ción, en plena expansión industrial, con salarios elevados, leyes sociales avanza­das y una moneda estable, el peronismo dio a Argentina algunos de los días mas felices de su historia. No debe olvidarse, sin embargo, que dicha prosperi­dad fue en parte consecuencia de las repercusiones favorables de la guerra en la economía agroexportadora argentina y de condiciones internacionales propícias. Los graves problemas básicos del país seguían sin resolverse: mala distri­bución de la propiedad de la tierra, de­sarrollo económico desigual, etc.

En 1949, Perón reformó la constitu­ción, llamó a elecciones y fue reelegido ante la oposición radical, encabezada por Balbín y Frondizi; pero el ejército acababa de oponerse radicalmente a la candidatura de Eva Perón a la vicepre­sidencia, lo que constituía un importante toque de atención. La muerte de la carismática esposa del líder, acaecida en julio de 1952, fue sin duda un fuerte golpe para el justicialismo.

En la década de los cincuenta, Perón se enfrentó a una crisis progresiva que no logró superar. Crecieron los índices de inflación, la expansión industrial se detuvo y se manifestó una cierta agitación social. El cuadro no era grave, pero se vio agudizado por el violento conflic­to con la Iglesia; ésta, que en un princi­pio había tenido una actitud de apoyo a Perón, se distanció ante algunos proyec­tos peronistas (ley de divorcio, separa­ción de la Iglesia y el estado) y comenzó una prédica violentamente contraria al régimen, que determinó por parte de éste una fuerte reacción anticlerical. En la procesión de Corpus Christi de 1955 se produjeron incidentes gravísimos, que culminaron en el asalto e incendio de algunas iglesias por turbas peronistas fanatizadas.

Las veleidades totalitarias del régi­men, los problemas económicos y el enfrentamiento con la Iglesia, más las acusaciones de corrupción, fueron creando un clima desfavorable que los enemigos de dentro y de fuera aprove­charon para minar la estabilidad del peronismo. A esto hay que sumar el viraje a la derecha dado por Perón en 1954-1955, años en los que, para salir de la crisis, pactó la explotación del petróleo con una compañía norteamerícana y aprobó una ley de radicación de capitales extranjeros que, en general, se lo miró como una claudicación. En este panorama, se sucedieron los intentos militares de derrocar el gobierno; el general Menéndez se sublevó sin éxito en 1951, y el 16 de junio de 1955 Perón logró abortar un pronunciamiento de la marina. Pero en setiembre del mismo año, estalló una rebelión encabezada por un grupo de oficiales del ejército y la armada, bajo la dirección de los generales Lonardi y Aramburu; la adhesión popular unida a los sectores militares que le eran leales hubiese permitido a Perón ofrecer una resistencia que tal vez habría triunfado; pero, en una decisión que ha sido muy controvertida, el presidente dejó el poder y marchó al exilio.

exilio y regreso triunfal

Entre 1955 y su regreso en 1973, Perón vivió 18 años de exilio, la mayor parte de los cuales transcurrieron en España. En dicho lapso, el general jamás dejó de actuar como líder del más importante movimiento popular de Argentina, y, a pesar de los esfuerzos de los sucesivos gobiernos por ignorar su peso político y por denostarlo y desprestigiarle, su ac­ción desde el exterior resultó determi­nante; su apoyo a Frondízi en 1958 y a Illía en 1963 determinó el triunfo de estos candidatos. La acción de la CGT estaba en general determinada por las opiniones de Perón, e incluso en el sur­gimiento de la guerrilla montonera (a la izquierda, de definición marxista, del peronismo) su opinión resultó impor­tante.

El fracaso de los gobiernos que se sucedieron entre los mencionados años transformó a Perón en una figura mítica y llevó a que grandes sectores de las masas argentinas idealizaran el pasado esplendor peronista, en contraste con la dura realidad del desarrollismo propug­nado por casi todos los gobiernos civiles y militares hasta 1972. De tal modo que cuando el general Lanusse, acosado por las crecientes movilizaciones de masas (Córdoba, Mendoza) decidió convocar elecciones, no pudo ya prescindir del peronismo. El caudillo se negó a volver en las condiciones que le fueron impuestas, y el justicialismo fue representado en las elecciones de 1973 por la fórmula Cámpora-Solano Lima, que ganó ampliamente las elecciones de 1973.

El regreso de Perón fue apoteósico y dio lugar a las manifestaciones de júbilo colectivo más grandes de la historia ar­gentina. Pese a los violentos enfrentamientos entre la derecha y los sectores moderados del peronismo con la radica­lizada juventud de “montoneros” y a las claras definiciones antimarxistas de Perón, su figura mantuvo un prestigio incólume. Fue así que se exigió la toma de la presidencia por el propio Perón; el presidente Cámpora renunció, y se convocaron nuevas elecciones, en las que Perón fue elegido presidente por abru­madora mayoría. En la resolución de esta crisis influyó sin duda el propio Perón, disconforme con el radicalismo izquierdista del gobierno de Cámpora.

el último gobierno

La última presidencia de Perón tuvo características similares a las anteriores en el plano económico-social, pero no así en el político. Esencialmente, el mo­vimiento siguió propugnando el nacio­nalismo económico, el intervencionismo estatal y el pacto social (expresado en un documento firmado entre empresa­rios y trabajadores bajo el período de Campora). Pero en el plano político, el último año del gobierno de Perón se caracterizó por el más absoluto respeto al liberalismo democrático, la política de consenso (consultas permanentes a todos los partidos, inclusive al comunis­ta, que ordenó votarlo), la libertad de expresión y el escrupuloso respeto a las libertades individuales. Lejos de toda reminiscencia totalitaria, el anciano líder aparecía como un buen padre de familia, que conducía un poco desde arriba la marcha del país.

El esquema peronista volvió a funcio­nar magníficamente, y Argentina vivió nuevamente un período de gran prosperidad; en un marco de estabilidad de precios y expansión, el gobierno se abrió al comercio con todos los paises del mundo, no reconoció el bloqueo a Cuba y se movió con total independen­cia en el plano internacional. Perón lanzó la consigna de “Argentina po­tencia”, y se enfrentó directamente a los planes de control de la natalidad al pro­pugnar una meta de 50 000 000 de ha­bitantes para el año 2000. El ministro de Economía Gelbard díagramó, inclu­sive, un plan de reforma agraria que despertó temores en los viejos latifun­distas.

Pese a la violenta ruptura de Perón con el sector juvenil izquierdista del movimiento (1 de mayo de 1974), la figura del carismático lider seguía siendo una prenda de unidad indiscutible; su muerte, acaecida en julio de 1974, determinó el ascenso a la presidencia de su tercera esposa, Maria Estela Martínez de Perón; con el gobierno de ésta, el peronismo perdió totalmente su carác­ter nacional y popular y fue en creciente desprestigio hasta el golpe del general Videla, en marzo de 1976.

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